JUAN VALERA

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JUAN VALERA

Fecha de nacimiento: 18 de septiembre de 1824
Fecha de defunción: 18 de abril de 1905

Periodista Novelista Diplomático R.A.E. Bayard Diputado y Senador

Figura destacada de las letras hispanas en el siglo XIX, su vida discurrió entre 1824 y 1905. Nació en Cabra (Córdoba). Fue hijo de José Valera y Viaña, oficial de marina retirado, de pensamiento liberal, por cuyas ideas fue perseguido durante el reinado de Fernando VII, y de Dolores Alcalá Galiano, Marquesa de la Paniega.   

Estudió Lengua y filosofía en el Seminario de Málaga, época en la que trabó amistad con Espronceda, Miguel de los Santos Álvarez, y otros incipientes literatos de la época. En octubre de 1841 ingresó en el Colegio del Sacromonte de Granada para comenzar sus estudios de Derecho, pasando después a la Universidad, donde se graduó como bachiller en Leyes en 1844 y como licenciado en 1846.  Fue en este periodo cuando profundizó en su conocimiento de los clásicos, especialmente Propercio, Catulo y Horacio. Ya en Málaga había publicado sus primeras obras poéticas en la revista Guadalhorce, pero fue en Granada, como colaborador de Alhambra, donde obtuvo sus primeros éxitos.

ACP (VALERA X-18):  Título de licenciado en jurisprudencia extendido por el Ministro de la Gobernación a favor de Juan Valera (Madrid, 26 agosto 1846)

La vida de Valera se desarrolló en tres planos: el literario y periodístico, el político y el diplomático, y en los tres adquirió una presencia relevante, llegando a ser diputado varias veces, senador, director general de Instrucción Pública (cargo equivalente en nuestros días al de ministro de Educación), y representante diplomático de España en algunos de los destinos más importantes de Europa y América. 

Al igual que otros jóvenes andaluces de su generación, como Cánovas o Castelar, deseosos de alcanzar sus ambiciones políticas y literarias, en 1845 se instaló en Madrid con la intención de buscar un medio de vida y frecuentaba los ambientes mundanos de la Corte como asiduo asistente a las tertulias de los Condes Montijo, los Duques de Frías y de Rivas. 

Retrato de Juan Valera en La Ilustración Española y Americana.

Así pues, y merced a la amistad de su padre y de su tío, Antonio Alcalá Galiano, con el Duque de Rivas, embajador extraordinario y plenipotenciario de España ante el reino de las Dos Sicilias, logró que Istúriz, muy amigo de su tío, le nombrara agregado sin sueldo a esa legación. Durante su estancia en Nápoles, Valera mantuvo relaciones sentimentales, primero con la Marquesa de Villagarcía “La Saladita” y posteriormente con Lucía Palladi, marquesa de Bedmar, “la Muerta “, que al decir de Azaña, desempeñó un lugar importante en la educación sentimental, el cultivo de la mente y el gusto literario de Valera. Sus dos años en Nápoles dejaron en él una huella imborrable haciéndole abdicar de la estética romántica para buscar su propio estilo. Con Palladi perfeccionó su conocimiento de la lengua griega. También allí conoció a Serafín Estébanez Calderón, con quien mantuvo una estrecha amistad y le sirvió de mentor literario, influyendo decisivamente en él. Valera lo reconoció, más tarde, al decir que “Quien me preparó sólida y macizamente para ser escritor castellano, en prosa y en verso, fue el famoso D. Serafín Estébanez Calderón”.  Su relajado trabajo en Nápoles le permitió, por otra parte, continuar sus lecturas, especialmente de los clásicos grecolatinos, que dejaron en sus escritos un poso de clasicismo del que nunca renegó. 

ACP (VALERA 3-53-1): Carta del Duque de Rivas, embajador en Nápoles, a Juan Valera, comentándole las rutinas de la embajada y autorizándole a quedarse en Castellamare por el tiempo que desee (sin data)

De vuelta en Madrid a finales de 1849 pronto se sintió hastiado y desengañado. Su proyecto de ser nombrado diputado por el distrito de Córdoba se esfumó rápido y resurgieron con intensidad sus apuros económicos, de los que siempre se lamentó. Pasó por momentos difíciles y desalentadores, aunque no dejó de frecuentar a la buena sociedad y a los políticos del momento, como Narváez, Serrano, Sartorius, o Belda, en espera de conseguir algún “turrón” o empleo. De todas sus andanzas de esta época dio cuenta más tarde Valera confesando con donosa y certera ligereza: 

Me vine a Madrid con licencia, y me vine tan atolondrado, que no hice aquí sino disparates y tonterías en un año que estuve. Iba al Café del Príncipe, al Prado, a tertulias de trueno, y apenas si leía ni escribía, ni me ocupaba de nada serio. Mi familia, al ver que era muy costoso y que para nada servía, ni para abogado, ni para periodista, ni para literato, determinó que no servía sino para diplomático, y que, si no había de arruinarla, era menester que ya me diesen sueldo.

Durante su estancia en Madrid, y además de los políticos mencionados y los contactos con las amistades familiares, Valera intimó con Leopoldo Augusto de Cueto, jefe de sección del Ministerio de Estado y hermano de la Duquesa de Rivas, que le ayudó en sus empeños de ascenso diplomático. Como comentó él mismo “gracias a él y a su tío Galiano” consiguió que le enviaran como agregado a la legación de Lisboa en 1850, esta vez con sueldo. En Lisboa, y quizá por influencia de Estébanez Calderón, se hizo firme defensor del Iberismo, concepto al que posteriormente dedicó muchos de sus escritos y desvelos. Dedicaba el mucho tiempo que le dejaban sus labores administrativas a leer obras de economía, filosofía, literatura portuguesa, etc. y a rebuscar en las librerías libros para él o para Estébanez.

ACP (VALERA 3-50-1): Carta de Serafín Estébanez Calderón a Juan Valera pidiéndole que compre para él algunos libros (Madrid, 26 febrero 1851)

En 1851 pidió el traslado a la legación de Río de Janeiro, presidida por José Delavat, que se le concedió como secretario de segunda. Allí conoció a Dolores Delavat, por entonces una niña, hija del embajador, que, pasado el tiempo, se convertirá en su mujer.  Habiendo regresado a Madrid por problemas de salud, en 1853 dedicó su tiempo a escribir artículos literarios y políticos hasta que en 1854 fue nombrado secretario de embajada en Dresde, pasando de nuevo a España en 1855, donde ocupó la plaza de oficial de la primera secretaría de Estado. Fue en esta época cuando, según Brenan, se consagró como crítico literario.  

De su misión en Dresde poco hay que decir pues escasa era la materia en que había que ocuparse ya que era Sajonia un país en que los intereses de España carecían de conflictos o asuntos de interés relevante. En carta a su madre le decía:

    La legación de España en Dresde tiene la misma importancia y utilidad que los perros en misa, y estoy casi deseando que la supriman pues, para ser esto mejor es no ser nada…  El único consuelo que aquí tengo es el de llamar la atención general, y ser notado y examinado de todos como español, o como si dijéramos por ser yo un bicho raro, habitante de la Polinesia, o de tierra más bárbara e inculta… Todos quisieran verme de majo y con un puñal, y que hubiese traído conmigo alguna hermana mía que fuese de mantilla y demás adminículos de maja… 

Finalmente, se suprimió la legación y pudo volver a España.

Durante los años 1856 y 1857 residió en Rusia como secretario de la embajada extraordinaria enviada bajo el mando del Duque de Osuna. Sus relaciones con éste llegaron a ser bastante tirantes, pues el afán de notoriedad del Duque y sus ostentaciones provocaban el sarcasmo o la hilaridad de Valera, que pasó a comentar, en una relación epistolar chispeante, sus impresiones a su amigo Cueto. Éste, sin conocimiento de Valera, hizo correr las cartas entre la sociedad madrileña y, no contento con eso, las publicó en los periódicos, provocando la natural reacción del Duque. Y como para muestra vale un botón, haremos un apunte tomado de las primeras cartas a su madre desde San Petersburgo:

     Anteayer estuvimos en el palacio de Tsárkoe Seló, y fuimos presentados al emperador. El Duque pronunció medio discurso como un hombre. Al otro medio se le trabó la lengua y no pudo ir adelante. El Emperador contestó muy amistosa y lisonjeramente.

Y más adelante:

El Duque iba resplandeciente como un sol, todo él lleno de relumbrones, collares y bandas.

No obstante, Valera se ocupaba de otras cuestiones que trataba con Cueto a pesar de no entrar dentro de los cometidos de la embajada extraordinaria del Duque de Osuna: se asombraba de la inmensidad del Imperio ruso y sus gentes y de las enormes posibilidades comerciales que se le abrirían a España si conseguían rebajar las tarifas aduaneras. También es particularmente interesante la descripción que hacía de San Petersburgo, de sus palacios y la suntuosidad de los muebles, cuadros y objetos preciosos. Se mostraba especialmente interesado por el Museo del Hermitage donde, según él, se podía hallar la mejor colección de pintura española de Europa, después de la del Prado, así como gran cantidad de manuscritos de gran valor en la Biblioteca Imperial (algunos de los cuales describía y transcribía), un monetario inmenso y otras preciosidades. 

De vuelta en Madrid ese mismo año, y después de varios intentos infructuosos, logró ser elegido diputado por el distrito de Archidona. Dimitió entonces de su plaza en el Ministerio de Estado para dedicarse a la política. Simultáneamente, colaboraba en los periódicos y revistas de Madrid, fundando unos, como La Malva, periódico satírico literario, en colaboración con Miguel de los Santos Álvarez y Pedro Antonio de Alarcón, participando en otros como redactor principal, este es el caso de El Contemporáneo, o con colaboraciones concretas, pero habituales, en la mayor parte de los periódicos políticos y literarios de Madrid. Además, siguiendo la costumbre de la época, publicaba sus novelas como sueltos o folletines en los periódicos; así publicó en El Contemporáneo su novela Mariquita y Antonio. También asistía asiduamente a las conferencias y tertulias del Ateneo, donde mantuvo con Castelar una polémica sobre la doctrina del progreso. En 1860 publicó una obra que explicaba su posición literaria, De la naturaleza y carácter de la novela donde bosquejaba su estilo y diferencias con la novela realista.

Ya asentado como crítico y literato de mérito, en 1861 fue elegido miembro de la Real Academia Española ingresando con un discurso titulado “Observaciones sobre la idea vulgar que hoy se tiene acerca del habla castellana, y la que debe tener la Academia, y sobre la poesía popular”. Le contestó su tío Antonio Alcalá Galiano. 

En 1865 fue nombrado ministro plenipotenciario en Frankfurt, cargo al que renunció al año siguiente.  

En 1867 se casó con Dolores Delavat en Paris, y regresó a España en el año 1868 para convertirse en cronista de excepción de la Revolución de 1868 tanto a través de sus cartas familiares, donde hacía un análisis incisivo y pormenorizado de los problemas políticos del momento, como por medio de sus colaboraciones periodísticas. 

ACP (VALERA 1-1-11):  Carta de Juan Valera a su Mujer, Dolores Delavat, comunicándole que la revolución de septiembre ha triunfado y que las tropas del Marqués de Novaliches se han pasado al ejército del general Serrano (Madrid, 29 septiembre 1868)

Publicó entonces los artículos “De la revolución y la libertad religiosa” y “Sobre el concepto que hoy se forma de España”. Liberal convencido, fue uno de los políticos que apadrinaron el advenimiento de Amadeo de Saboya como Rey de España, y fue uno de los diputados que se desplazaron a Italia para notificarle la elección y traerle a Madrid. 

 ACP (VALERA 4-79c): Cédula del ministro de Marina autorizando el uso de la medalla conmemorativa del viaje de Amadeo I a España, a favor de Juan Valera (Madrid, 10 marzo 1871)

De ideología liberal moderada, el 24 de febrero de 1872 fue nombrado director general de Instrucción Pública en un gabinete presidido por Sagasta, dándole ocasión para poder poner en práctica una de sus ideas pedagógicas más queridas: extender la educación primaria a todo el territorio español, costeada por el Estado, pues en gran medida los problemas que sufría el país estaban inducidos y tenían su origen en la deficiente instrucción de los españoles. Ya sabemos que no pudo cumplir sus ambiciones, pues el gobierno que le sostenía duró poco tiempo, debilitado por la inestabilidad política del momento. El partido progresista, después de muerto Prim, se debatía en querellas sucesorias entre los radicales de Ruiz Zorrilla y los más templados de Sagasta. Además, los intentos de los carlistas por encender de nuevo la guerra, las agitaciones republicanas de tipo federal, la subversión del arma de artillería e, incluso, un atentado contra el Rey, hacían de España un país ingobernable con varios ministerios cada año, lo que movió al rey Amadeo I a renunciar la Corona. 

ACP (VALERA 4-83b):  Traslado del decreto de nombramiento de D. Juan Valera como director general de Instrucción Pública (Madrid, 24 febrero 1872)

Después de esta experiencia política, Valera se retiró de la política activa, aunque aceptó su nombramiento como consejero de Estado por parte del gobierno de la República.        

ACP (VALERA 4-83e):  Traslado del decreto del poder ejecutivo de la República por el que se nombra a Juan Valera consejero de Estado (Madrid, 1 junio 1874)

Dio comienzo entonces su etapa más productiva como escritor. Publicó en la Revista  de España su obra más importante Pepita Jiménez, seguida después por Las Ilusiones del doctor Faustino, considerada por la crítica como un trasunto del propio Valera, pues tanto los padres de Faustino como los demás personajes remedan psicológicamente las personas reales. Además, el mundo en que se desarrollaban sus andanzas era una trasposición del que le tocó vivir al escritor.

En 1875 conoció a Marcelino Menéndez Pelayo, recién llegado a Madrid con una carta de presentación a Valera de su amigo Gumersindo Laverde, estableciéndose entre ambos una estrecha relación que se plasmó en una correspondencia considerada muy importante para la crítica pues, no en vano, Valera y Don Marcelino han sido valorados como los dos críticos literarios más destacados del siglo XIX, como nos dice Gerald Brenan.

Por estas fechas ejercía también Valera una fecunda actividad docente como conferenciante y divulgador tanto en el Ateneo como en otras instituciones académicas relevantes de Madrid 

ACP (VALERA 4-81d):  Traslado del nombramiento de Juan Valera como catedrático auxiliar de literatura extranjera de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid (Madrid, 30 de junio 1873)

También en esta época, la introducción del krausismo en la universidad, promovido por Julián Sanz del Río, había hecho nacer y desarrollarse un movimiento en pro de la renovación pedagógica y del pensamiento liberal y humanista, alejado de las prescripciones religiosas, morales y dogmáticas que había impuesto el ministro de Fomento, Manuel de Orovio, con sus decretos de instrucción pública de 1875, que restringían la libertad de cátedra. Este movimiento, encabezado en sus primeros momentos por Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón, contaba además con otros muchos catedráticos y profesores expulsados de las aulas por su disconformidad con las doctrinas de Orovio, secundado por Cánovas. Este grupo de profesores, con la ayuda de un núcleo social de progreso, entre los cuales figuraban políticos de la talla de Eugenio Montero Ríos o Segismundo Moret, fueron los que dieron a la luz la Institución Libre de Enseñanza con el objetivo de impulsar sus ideales liberales y humanistas. Desde los primeros momentos figuró Valera entre los promotores del movimiento que representaba la Institución; y como muestra de su implicación podemos presentar esta credencial:

 ACP (VALERA 4-81h): Credencial por la que se comunica a D. Juan Valera su nombramiento para la cátedra de Literatura Extranjera Contemporánea de la Institución Libre de Enseñanza (Madrid, 1 noviembre 1876)   

La Institución Libre de Enseñanza a lo largo de su trayectoria haría nacer una serie de institutos asociados cuya relevancia para el pensamiento educativo y social de medio siglo de nuestra vida intelectual son notorios. Así, el Instituto Escuela, la Residencia de Estudiantes, la Junta para Ampliación de Estudios, el Centro de Estudios Históricos y las Misiones Pedagógicas. Fueron promotores o apoyaron estas iniciativas personajes de la talla de Clarín, Joaquín Costa, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Joaquín Sorolla, Santiago Ramón y Cajal, Federico Rubio, los hermanos Machado, Ramón Pérez de Ayala, y tantos otros.  

Volviendo a nuestro escritor, entre 1878 y 1883 se propuso, con Marcelino Menéndez Pelayo, traducir las siete tragedias de Esquilo. Sin embargo, sus ocupaciones políticas, además de su regreso a las tareas diplomáticas, impidieron que pudiera llevar a cabo este proyecto que, finalmente, terminó sólo Don Marcelino.

En 1881, pidió de nuevo el reingreso en la carrera diplomática y fue destinado como ministro plenipotenciario a Lisboa, donde retomó sus relaciones con el grupo de amigos literatos o iberistas que había cultivado desde su primera estancia en Portugal, grupo ya muy disminuido. No obstante, y a pesar del desplazamiento, Valera siguió muy atento a la campaña electoral que por entonces se libraba en España. Como resultado de las elecciones, resultó elegido senador vitalicio. 

Aparte del trabajo administrativo y de representación ordinario, Valera tuvo que atender en Lisboa a otros compromisos, o “capearlos” con su habitual habilidad 

ACP (VALERA 3-65-2):  Carta de Isabel II a Juan Valera, ministro plenipotenciario en Portugal, pidiéndole que promueva ante ese gobierno la concesión de la Orden de Cristo para su secretario, Imeldo Serís. Asimismo, le pide que interceda para lograr el matrimonio de una de sus hijas solteras con un infante portugués (Sevilla, 15 diciembre 1882) 

Valera consiguió la Gran Cruz de la Orden de Cristo para el secretario de Isabel II, pero no el matrimonio portugués de una infanta.

Cesó en julio de 1883, a petición propia, pero no duró mucho tiempo en Madrid, pues a finales de año fue promovido como ministro plenipotenciario en Washington donde llegó acompañado de su sobrino Juanito Messia de la Cerda, el cual acabo dándole más preocupaciones que alegrías. En noviembre del mismo año se le entregó a Valera un despacho con las líneas generales de la política que el gobierno español deseaba seguir en sus relaciones con el gobierno de la Unión. Cuba y Puerto Rico eran el principal motivo de preocupación para España, que veía como a menudo los alborotadores cubanos encuentraban asilo y ayuda en los Estados Unidos

Embarcó desde Londres a los Estados Unidos y entregó su credencial en Washington el 29 de enero de 1884. Era el último año de mandato del presidente Chester A. Arthur, durante el cual D. Juan intentó poner en orden el contencioso de Cuba informando a la metrópoli de los manejos que se hacían para separar Cuba y Puerto Rico de España y dificultando las expediciones a la isla, que sembraban el desasosiego entre nativos y coloniales. Él mismo lo expresa así en carta a Sofía Valera:

Necesito aquí ganar amigos y simpatías, porque mi oficio aquí es muy ingrato, pues consiste principalmente en hacer la policía, en delatar conspiradores cubanos, en pedir que los prendan, y en hacer otras reclamaciones.

No obstante, se deja entrever en sus cartas de la época el desacuerdo de Valera con el modus operandi de los anteriores representantes de España así como del Gobernador General de Cuba, que, según él, “me obliga a hacer, contra mi gusto, no pocas tonterías, harto comprometidas, que no quisiera hacer”.  

En marzo del año siguiente cambió la administración republicana por otra demócrata a cuya cabeza estaba el presidente Grober Cleveland.  Entonces, Valera conoció a la hija del secretario de Estado, Katherine Lee Bayard, jovencita de 27 años, muy instruida, que inmediatamente se enamoró de él. Valera correspondió a la joven pretendiente, muy aficionada a las letras clásicas y con la que halló muchos puntos de encuentro. Mantuvieron una abundante correspondencia. Su relación no partió de un simple flirteo, sino más bien de la admiración de la joven por un escritor maduro y ya consagrado con el que compartía aficiones e intereses intelectuales. 

La impresión de Valera sobre el nuevo presidente no podía ser más negativa. En carta a su mujer comentaba

ACP (VALERA 1-5-9):  Carta de Valera a Dolores Delavat, su mujer, en que le dice que “el presidente Cleveland es materialmente un tío feroz, ni más ni menos que un tío de Doña Mencía o de Cabra” (Washington, 17 marzo 1885)

También en esta carta le hablaba de Kathleen, con estas palabras:  

   “La mujer del Sr. Bayard vive retirada, y nadie la ve ni la entiende. Quien recibe y hace todo el papelón es la hija mayor, la señorita Catalina, que también es muy docta, sabe filosofía y la lengua de los gitanos y dice y piensa las cosas más singulares. Cuando se electriza se cree tan cargada de electricidad que asegura haber encendido a veces un poco de gas con la chispa que sale de su dedo meñique.

Curiosamente, en una de sus cartas a Valera (4-70d-81) Katherine parecía estar de acuerdo con la opinión de éste sobre el presidente, al decir que su padre debía visitar al Presidente Cleveland esa noche, pero ella no le acompañaría porque no tenía la menor intención de encontrarse en presencia de una bestia. 

En agosto de 1885 parece ya claro que la simple afinidad intelectual se ha transformado en un amor apasionado, al menos por parte de Katherine, quien le escribe algunas cartas que no dejan ya dudas sobre sus sentimientos. 

    “Pero ahora, mi cielo, escúchame. Te amo tanto como jamás podría amar, y nunca podría preocuparme en absoluto por nadie más, por la buena razón de que si te perdiera, mi corazón sería como un fuego apagado. Podría ser amable con la gente, y compadecer sus problemas, pero el amor no es eso. Cuando estoy contigo soy más feliz, incluso si hablo de circunstancias tristes, que si tuviera un corazón ligero, y todos esos deseos comunes y mundanos. No persigo el no ser nunca infeliz, sólo quiero estar contigo. Preferiría ser infeliz y estar contigo, querido mío, que estar en el cielo”

 Esta pasión explica por qué la hija del Secretario de Estado se suicidó ante la inminencia de la partida a España de su amado. Los periódicos fueron discretos al tratar esta información y la describieron como muerte natural, quizá por influencia de su padre o por el prestigio social de la familia. Valera, al enterarse, describió su sentimiento a su hermana Sofía:

 “Miss Catalina Bayard tenía elevadísima inteligencia, noble y generoso corazón, singular ingenio, gracejo y chiste; y sin embargo, el amor de la muerte llenó su alma y triunfó al fin de todo otro afecto. No quiero ni tengo fuerzas para entrar en explicaciones y pormenores.” 

Y añade al final una nota muy reveladora de las circunstancias de su muerte: “No hables de estas cosas con nadie. Los periódicos han estado prudentes afirmando que murió de muerte natural”

Este suceso dejó una huella notoria en la obra de Valera. Así en Juanita la Larga, primera novela que escribió tras su regreso de los Estados Unidos, la protagonista, Juanita, se enamora de Don Paco, que podría ser su abuelo, y le declara su amor en términos parecidos a los que hemos visto que empleó Kathleen. Incluso un detalle, como su capacidad de electrizarse, sale a colación en esta novela, aunque atribuido a otro personaje.

 Si a esta desgracia sumamos el fallecimiento en el mismo año 1885 de su hijo Carlos en Madrid, afectado por una epidemia de tifus, podemos entender que Valera abandonase la gran nación americana con un sentimiento de alivio, aunque con la salud ya muy debilitada. 

Moret, ministro de Estado, le ofreció la legación de Bruselas a cambio de la misión americana y, aunque para él supusiera un descenso en su carrera, Valera aceptó para poder dejar los Estados Unidos. En 1893 fue promovido a la Legación de Viena, a donde se traslada llevando como secretario de la Embajada a su hijo Luis. Allí permaneció hasta 1895, fecha en que volvió a Madrid abandonando, ya definitivamente, la vida diplomática. 

Ya en Madrid, y aquejado de una ceguera progresiva, seguía escribiendo. En esta época dio a luz sus últimas novelas: Juanita la larga, Genio y figura y Morsamor, así como varios cuentos, y colaboró en las revistas y periódicos del momento, aunque ya su ceguera le obligara a tener un secretario, D. Pedro de la Gala, para escribir sus textos. 

Por esta época organizó una tertulia nocturna en su casa de la Cuesta de Santo Domingo donde concurrían asiduamente el Conde de las Navas,  bibliotecario mayor de Alfonso XIII, Emilia Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, Narciso Campillo, los hermanos Álvarez Quintero, Blanca de los Ríos y otros. Debe mencionarse como dato curioso de interés que mientras Dª Emilia y Valera sostenían un trato amigable en esta tertulia, D. Juan, opuesto frontalmente al naturalismo, y aún al realismo, desautorizaba la obra de realistas y naturalistas, tendencia estética en la que militaba la Pardo Bazán. Incluso, cuando algunos la proponían como candidata a la Real Academia, Valera se oponía. A pesar de ello, cuando Valera falleció, Doña Emilia le organizó un acto conmemorativo en el Ateneo.

Juan Valera murió el 18 de enero de 1905 sin haber podido rematar el discurso que la Real Academia le había encargado para conmemorar el III centenario del Quijote. En su lugar lo leyó D. Alejandro Pidal y Mon.

 En resumen, podemos considerar a Juan Valera como uno de los exponentes del mundo intelectual español más destacados de su tiempo. Hombre de mundo, refinado y de una gran cultura, tanto de los cásicos grecolatinos como de nuestros autores del Siglo de Oro y de la literatura europea y americana, conocedor de varios idiomas, actuó siempre por encima y al margen de las modas literarias de su tiempo. Fino estilista, no puede ser catalogado dentro de ninguna de las grandes corrientes literarias de su época. No es un romántico, aun cuando escribió Del Romanticismo en España y de Espronceda enalteciendo su figura. Tampoco es realista o naturalista, estilos de los que siempre renegó, a pesar de sus buenas relaciones personales con algunos de sus principales exponentes como la Pardo Bazán y Clarín, que lo consideraba el primero de nuestros literatos.  Con especial despego se refería a la indecencia docente y humanitaria de los naturalistas. Con Galdós no tuvo una buena sintonía y quizá no contribuyera a ello que el autor realista en dos de sus novelas, La Incógnita y Realidad, describiera un trasunto de Valera en uno de sus personajes, Cornelio Malibrán, figura antipática, de la que reconoce, no obstante, sus muchas cualidades. Tampoco era modernista, aunque hemos de recordar que sus críticas a raíz de la publicación de Azul, que hizo ver la verdadera dimensión y méritos de su obra, supusieron para Rubén Darío su reconocimiento literario. 

De difícil encasillamiento, lo más acertado que se ha dicho de él es que fue el iniciador de la novela psicológica, especialmente por su gran conocimiento del alma humana, sobre todo de las mujeres, y que trasladó a sus escritos las elevadas dosis de escepticismo e ironía que le eran propias. Clarín, Azorín, Eugenio D’Ors, los modernistas, Manuel Azaña, y otros, fueron algunos de los que declararon su admiración por nuestro personaje.

De los muchos documentos que conserva el Archivo de los Condes de Puñonrostro, hay 733 cartas autógrafas de Juan Valera y 836 dirigidas a Valera por todos los políticos y literatos de su época. Entre los primeros podemos citar a la reina Isabel II, a Olózaga, a Narváez, al general Serrano, Manuel Ruiz Zorrilla, Emilio Castelar, Martínez Campos, Alonso Martínez, Manuel y Francisco Silvela, Cánovas, Montero Ríos, Antonio Maura, el Conde de Romanones, Giuseppe Mazzoni, y tantos otros. Entre los escritores y críticos, a Serafín Estébanez Calderón, Prosper Mèrimee, el Duque de Rivas, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Manuel Milá y Fontanals, Johannes Fastenrath, Marcelino Menéndez Pelayo, James Fitzmaurice-Kelly, Arturo Farinelli, Alfred Morel-Fatio, Gaspar Núñez de Arce, Manuel Tamayo y Baus, Zorrilla, Ramón de Mesonero Romanos, Hartzenbusch, los hermanos Álvarez Quintero, Echegaray, Leopoldo Alas (Clarín), etc.   Hay además otras cartas interesantes como la que escribió a Valera Isaac Albéniz, que llevó a la ópera su Pepita Jiménez, pidiéndole que arreglara otro de sus textos para la lírica.

 

Referencias Bibliográficas