Nacido en Valencia en 1830 y heredero de un ilustre apellido en Francia, perteneciente a la Casa de Montmorency, estudió Derecho en su ciudad natal, licenciándose en 1853. Posteriormente se doctoró en Madrid, volviendo después a Valencia donde dio comienzo su actividad profesional y pública. Fiscal interino del juzgado de guerra en 1854, asesor del gobierno militar de Valencia al año siguiente, y juez suplente en 1858, en 1861 ingresó en la política al afiliarse al partido moderado. Con este partido se presentó a las elecciones municipales, siendo elegido concejal por Valencia, ciudad de la que llegó a ser teniente alcalde. Durante su etapa valenciana supo compaginar su actividad política con la práctica forense en el bufete, la actividad periodística, y la investigación histórica. Ya doctorado y con un nombre en el ámbito local y regional, se trasladó a Madrid con el visto bueno de los dirigentes del moderantismo, preocupados por la falta de afiliaciones entre las generaciones jóvenes.
Diputado por Liria en la última legislatura del reinado isabelino, aprovechó los últimos destellos del partido moderado para afianzar su crédito político y académico, publicando en 1867 una obra sobre “El contrato de arrendamiento y el juicio de deshaucio”, por entonces una cuestión de candente actualidad. En el Congreso de los diputados se distinguió como jurista y orador elocuente.
Después de la Revolución de Septiembre mantuvo un perfil político bajo, aunque prosiguió su andadura, y con sus artículos en periódicos como “El Tiempo” y “La Época” se convirtió en una de las plumas más cotizadas del periodismo conservador.
Su notoriedad e imagen pública fue valorada por el general Serrano cuando en 1874 le eligió como una de las personalidades encargadas de conferenciar con los jefes tradicionalistas a fin de terminar con la Tercera Guerra Carlista, que devastaba el país.
En 1874, llegada la Restauración, pasó a militar en el Partido Conservador distinguiéndose como uno de los dirigentes del viejo Partido Moderado que aceptó el liderazgo de Cánovas y la política que encarnaba, aunque estuviera alejada en algunos extremos de aquella que él mismo había defendido en su juventud y madurez. Sobre esto hay que dejar constancia de que, como espíritu libre y poco banderizo que era, siempre sobrepuso los que el estimaba como intereses nacionales por encima de las parcialidades e ideologías.
Fue diputado entre 1876 y 1893 y senador posteriormente, primero por elección de la Real Sociedad Económica Matritense de amigos del País, después por Valencia, y finalmente como senador vitalicio. Durante este periodo su inquietud no le permitió permanecer acomodado en su sillón, sino que, a pesar de una trepidante actividad burocrática como vocal de varias comisiones, y haciendo uso de su condición de vocal de la Comisión de Codificación, presentó en el Congreso varias proposiciones de ley, dos de ellas ya en 1876, que tuvieron una gran difusión mediática y repercusión en la opinión pública de la época.
La primera fue sobre la propiedad intelectual, materia aun insuficientemente regulada y que era objeto de un debate público, no solo en España, sino también en Francia e Italia. Danvila era un firme partidario de la perpetuidad de los derechos de autor y, como tal, impuso en el artículo 2º del proyecto este concepto al decir que la propiedad intelectual tenía el mismo carácter que la propiedad material y no podía ser limitada sin el consentimiento de su titular. Pero en 1878, cuando se estaba gestando la ley en España, se produjo un acontecimiento que cambió los términos de la cuestión. En el congreso de la Asociación Literaria y Artística Internacional celebrado en Paris, Victor Hugo pronunció un apasionado discurso en defensa de la temporalidad de los derechos de autor, discurso que obtuvo una gran difusión. También en España algunos miembros del gobierno, como los ministros de Fomento y Gracia y Justicia presionaban a favor de la temporalidad, de forma que se llegó a un acuerdo transaccional por el cual los derechos se mantendrían durante la vida del autor y los ochenta años siguientes para sus herederos. Así pudo ver la luz la Ley de Propiedad Intelectual de 1879, cuya gestación y méritos se atribuyeron a Danvila
ACP (DANVILA 5-4a): Ejemplar de la Ilustración Española y Americana con un retrato litográfico de Manuel Danvila y Collado, autor de la Ley sobre Propiedad Intelectual; y una semblanza biográfica (Madrid, 15 julio 1880)
El otro proyecto, de actualidad e interés general indudable, tenía por objeto el Código Rural, que alcanzó un gran eco en la opinión pública y trataba de remediar los problemas causados a la agricultura y a los labradores por el gran número de minifundios y la extensión de los latifundios en que se dividía la propiedad agraria en España, y por el atraso de los métodos de cultivo, lo que supuso una toma de posiciones de varias instituciones, desde sociedades agrícolas hasta círculos de labradores y casinos provinciales. En realidad, realizó dos versiones del Código Rural, una anterior a la publicación del Código Civil y otra posterior a este y adaptado a sus normas.
Estas iniciativas no fueron las únicas; posteriormente se ampliarían con otros proyectos de ley como los de “Patentes de invención”, “Expropiación Forzosa”,
“Marcas de fábrica” y “Establecimientos insalubres”. A ellos hay que añadir aquellos en los que trabajó como miembro de la Comisión General de Codificación. A esta actividad debemos sumar la presidencia de la comisión que estudiaba las bases de la Instrucción Pública, la Vicepresidencia del Congreso de los Diputados y otras varias vocalías. Con este bagaje y currículo, Cánovas se fijó en él para cubrir la vacante que se había producido en el Ministerio de Gobernación por la dimisión de Raimundo Fernández Villaverde en 1892.
ACP (175-21): Certificación de la toma de posesión de Manuel Danvila y Collado como ministro de la Gobernación (Madrid, 1 diciembre 1892)
Posteriormente, fue nombrado presidente del Tribunal Contencioso Administrativo y miembro del Consejo de Estado.
Pero la actividad literaria de Danvila no se limitó al ámbito jurídico. Persona de una sólida formación y erudición histórica, estamos ante un claro exponente del historiador de formación jurídica que alternará su actividad científica entre el Derecho y la Historia con profundas imbricaciones entre ambas disciplinas.
Debutó como historiador con “Las libertades de Aragón” (1881), ensayo histórico, jurídico y político de las normas que rigieron las relaciones de los aragoneses con sus reyes desde la Edad Media. Posteriormente escribió “Las germanías de Valencia” (1884), suceso histórico que, en paralelo con la guerra de las Comunidades de Castilla, había supuesto un desafío de primer orden contra la autoridad de Carlos V. Este trabajo es el primero y más documentado de los que se han escrito sobre la materia. Danvila, con un estudio y aporte documental impresionante, deshacía con esta publicación las teorías de los historiadores románticos, que veían en estos movimientos sociales el último intento serio de mantener las libertades medievales españolas. Por estas fechas fue elegido miembro de la Academia de la Historia.
Entre 1885 y 1886 publicó su ensayo sobre “El poder civil en España”, aunque esta memoria, premiada por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, estaba ya escrita desde 1883, cuando su autor la presentó al concurso ordinario de esa institución. En 1889 publicó “La expulsión de los moriscos españoles”, obra que recoge las conferencias pronunciadas por Danvila en el Ateneo de Madrid en ese año, y que dejó una huella profunda en la historiografía sobre los moriscos.
Pero no solo la Edad Media atrapó el interés del historiador. También publicó, entre 1891 y 1894 su documentada “Historia del reinado de Carlos III”, otra referencia historiográfica que vino a completar los estudios sobre este monarca que ya se habían iniciado con la difundida biografía escrita por el Conde de Fernán Núñez.
A su “Historia crítica de las Comunidades de Castilla”, publicada entre 1897 y 1899, aplicó la misma filosofía, acompañada de una exhaustiva recopilación documental, que ya se había impuesto al tratar de las Germanías, contradiciendo en su base la historiografía romántica.
Manuel Danvila falleció en Málaga el 21 de febrero de 1906.