Nacido hacia 1434, Pedro Arias Dávila, o Pedrarias “el valiente”, como es más conocido para distinguirlo de su hijo Pedrarias “el galán” o “el gran justador”, futuro gobernador de Castilla del Oro (Panamá), era el hijo primogénito de Diego Arias Dávila y de Elvira González y heredero del mayorazgo fundado por sus padres, así como de los oficios que ostentó aquél.
Ya desde muy joven estuvo presente en la Corte a la sombra de su padre. Su trayectoria administrativa siguió el “cursus honorum” común a los otros oficiales al servicio de la Corona, aunque en su caso la carrera administrativa iría paralela a la carrera militar, como veremos más adelante. María del Pilar Rábade Obradó nos lo presenta como “guerrero afamado, compañero de caza y correrías de Enrique IV”.
Más detallada es la descripción que hizo de él Lucio Marineo Sículo, el humanista y cronista de los Reyes Católicos en su libro “De las cosas memorables de España”:
“No dejaré en olvido la fama y gran renombre de D. Pedro Arias de Ávila, contador mayor del Rey y del su Consejo, pues con razon sus hechos y virtudes memorables son dignas de perpetua memoria … Este notable varón de quien agora tratamos fue en disposición del ánimo y del cuerpo muy valiente y recio y de gran estatura y bien proporcionado, de gesto moreno y buenas facciones; manso y sosegado en los actos exteriores y gran sufridor de trabajos y de gran verdad en lo que prometía. Preciábase mucho de tener en su casa hombres doctos y bien enseñados y esforzados por sus personas, y en esto gastaba lo más de sus rentas y patrimonio. Y según en la crónica del Rey Don Enrique el cuarto se relata, era hombre de gran esfuerzo y buen guerrero, capitan y muy leal servidor del Rey. Su principal inclinación y ejercicio era en las guerras y tratar todas armas, en que era muy diestro. Fue capitan general del dicho Rey Don Enrique ansí en la guerra de Navarra que tuvo con el Rey Don Juan y el conde de Foix como en las grandes alteraciones y bullicios que causó su hermano el Príncipe D. Alfonso”.
Las primeras noticias documentales que tenemos de él corresponden al año 1449, cuando la influencia de su padre le asentó como doncel del entonces Príncipe de Asturias [AGS. MP, legº 2, nº 8]. Ese mismo año el Príncipe le otorgó la merced de la escribanía de los pleitos por apelación en todo su principado.
ACP (PU A-2i): Provisión del Príncipe D. Enrique otorgando a Pedro Arias la escribanía de los pleitos por apelación en todo su Principado (Toledo, 15 diciembre 1449).
Poco después, por otra provisión, le nombró regidor de la ciudad de Segovia por el estado de los hombres buenos al haber pasado su padre a desempeñar el oficio de regidor por el estado de caballeros y escuderos.
ACP (PU A-2j): Provisión del Príncipe D. Enrique nombrando regidor de la ciudad de Segovia por el estado de los hombres buenos a Pedro Arias Dávila (Segovia, 12 febrero 1453).
Ya rey, a los pocos días de su proclamación, Enrique IV ordenó en dos albalaes que los bienes que Juan II, su padre, tenía en el alcázar de Madrid le fueran entregados a Pedro Arias, como persona de su confianza.
ACP (PU 110-10): Albalá de Enrique IV ordenando a Juan de Morillo, repostero de la plata de Juan II, que entregue a Pedro Arias las cosas de la cámara del rey, su padre, que estaban depositadas en los alcázares de Madrid (5 agosto 1454).
ACP (PU 110-2): Albalá de Enrique IV ordenando a mosén Pedro de Bobadilla que entregue a Pedro Arias la cámara que el rey D. Juan tenía en su alcázar de Madrid (5 agosto 1454).
Transcurrido un año, el rey le nombra su guarda, así como su contador de cuentas y le otorga la tenencia de los alcázares y fortaleza de Madrid y El Pardo, con la guarda de sus montes (AGS. MP. Legº 38, nº 87)
ACP (PU 110-3): Albalá de Enrique IV a su contador Pedro Arias para que entregue 18.000 mrs. a Juan Bravo para su manutención, por tener que presentarse ante el rey de Fez a tratar asuntos de su servicio (18 octubre 1457).
ACP (PU 110-20): Albalá de Enrique IV ordenando a Pedro Arias, su contador, que pague a Diego Fernández de Córdoba, conde de Cabra, 20.000 mrs. por los gastos hechos contra tierra de moros (6 agosto 1457)
ACP (PU 110-27): Albalá de Enrique IV ordenando a Pedro Arias que entregue al condestable Miguel Lucas de Iranzo 50.000 mrs. por el sueldo que le corresponde de la condestablía y para pago de la gente que entró con él en la vega de Granada para hacer la guerra a los moros (10 julio 1458)
En estos tres albalaes de 1457 y 1458 Pedro Arias era requerido, como contador, para hacer ciertos pagos en relación con las campañas contra Granada que en aquellos años se llevaban a cabo. Ya en este último año había recibido de Enrique IV la merced de poder heredar de su padre los oficios más prestigiosos y lucrativos, como eran la Contaduría Mayor del reino y las del Principado y Maestrazgo de Santiago, la secretaría de cámara y la escribanía de los privilegios y confirmaciones, como queda dicho, para después del fallecimiento de su padre.
ACP (PU A-2g): Real Provisión de Enrique IV en la que hace merced a Pedro Arias de los oficios de contador mayor del reino, del principado y del maestrazgo de Santiago, secretario de cámara y escribano de los privilegios y confirmaciones, todo ello para después de la muerte de su padre (Madrid, 30 marzo 1458).
Y poco después le hacía merced de la escribanía de rentas de las alcabalas, tercias, monedas, pechos y derechos de la villa de Medina del Campo y su tierra.
ACP (PU 61-27a): Albalá de Enrique IV a Pedro Arias Dávila, su contador mayor por el que, en consideración a sus muchos servicios, le hace merced de la escribanía de rentas de las alcabalas, tercias, monedas, pechos y derechos de la villa de Medina del Campo y su tierra (Madrid, 22 diciembre 1460).
En este punto hay que recordar que las ferias hacían de la villa de Medina del Campo uno de los lugares más prósperos y florecientes de Castilla, y aun de España. Estas ferias habían sido otorgadas por Fernando de Antequera, señor de la villa, a comienzos del S. XV y a lo largo de este siglo se habían convertido en uno de los centros europeos más importantes en el comercio de la lana, y en este sentido hay que recordar que mantenía relaciones privilegiadas con el centro manufacturero de Amberes. El viajero Pero Tafur, que recorrió buena parte de Europa entre 1436 y 1439, decía que las ferias de Medina eran en todo comparables a las de Amberes. Las transacciones comerciales, no solo de la lana, se añadían, además, a las operaciones financieras, pues ambas se complementaban, lo que convertiría a la villa, dado el carácter internacional de sus ferias, en una de las principales plazas financieras de Europa. Posteriormente, los Reyes Católicos otorgarían a las ferias de Medina el carácter de Ferias Generales del reino. Las dos ferias, de unos 50 días cada una, se celebraban alrededor de los meses de mayo y octubre. Recordemos también que el impuesto principal sobre las transacciones era la alcabala, del 10% del importe de la compraventa. Sobre la cantidad recaudada, el escribano de rentas cobraba un porcentaje.
Pero como ya hemos mencionado, la carrera militar de Pedro Arias Dávila corría paralela a su carrera administrativa, y nuestro personaje tendría ocasión de lucirse en las batallas y escaramuzas de las dos contiendas que por entonces mantenía el reino de Castilla contra Juan II, entonces regente de Aragón y rey de Navarra, en defensa de los intereses del Príncipe de Viana, su hijo, y contra Granada, a la que Enrique IV había sometido a una guerra de desgaste con objeto de doblegar su resistencia. En las dos intervino brillantemente Pedro Arias, como se deduce de las crónicas. Y para hacer efectiva su participación en ellas contrataba los servicios de hombres de armas que le acompañaran bajo su mando. Este contrato que exhibimos es una muestra.
ACP (PU 110-34): Carta de obligación que suscriben Juan de Espinosa, Alfonso de Segovia, Juan de Mercado, Pascual de Bermeo, García de Guadalupe, Juancho de Oñate, y otros, con Francisco Arias Dávila, como mandatario de Pedro Arias Dávila, de servir a este con armas y caballo a la gineta, tanto en hueste como fuera de ella, durante un año, por sueldo de 2.000 mrs. (Segovia, 2 septiembre 1461).
Ya en los primeros años 60 el clima político se había enrarecido en Castilla; la falta de frutos cosechados en las campañas contra el reino de Granada y el papel desairado que Enrique IV había jugado en los disturbios de Cataluña y la guerra de Navarra donde algunos nobles, muy cercanos a la persona real, practicaron una labor de zapa en su propio beneficio y detrimento de los intereses del rey, habían socavado de manera importante el prestigio de Enrique IV. A ello hay que añadir que algunos de los magnates del reino rechazaban abiertamente la sucesión del reino en la princesa Juana.
Así las cosas, tras un intento fallido de hacerse con la persona del rey en los alrededores de Villacastín por parte de los nobles rebeldes, las hostilidades se declararon abiertas por ambos bandos. En esta guerra, que tuvo diferentes alternativas, varias plazas fuertes y fortalezas cambiaron su obediencia, del rey legítimo a su hermano Alfonso, el pretendiente. Entre ellas se hallaba la fortaleza de Torrejón de Velasco, señorío de Alvar Gómez de Ciudad Real, ex secretario del rey pasado al bando rebelde. Como tal rebelde, o deservidor, como entonces se decía, fue privado por el rey de sus señoríos, y éste encargó a Pedro Arias Dávila que la tomara y guardara para sí.
ACP (PU A-6e): Real provisión de Enrique IV a los concejos, regidores, alguaciles, etc. de las ciudades y villas del arzobispado de Toledo y de los obispados de Segovia, Ávila y Osma, ordenándoles que presten ayuda a Pedro Arias Dávila con gente y pertrechos para el asedio de la villa de Torrejón de Velasco de que fue privado Alvar Gómez, su secretario, por haber actuado en su deservicio (Madrid, 27 marzo 1465)
Aunque su conquista fue ardua, la fortaleza de Torrejón de Velasco se tomó al cabo y Pedro Arias añadió este señorío a los bienes del mayorazgo que debería ostentar su primogénito. Desde entonces, este lugar sería el favorito de residencia del linaje, al menos durante el siglo XVI, pues tras enemistarse con Enrique IV en 1467 la familia perdió parte de su poder en Segovia en beneficio de los Cabrera, marqueses de Moya, a los que la Reina Católica en el último cuarto del siglo XV favoreció en gran manera en detrimento de los Arias Dávila.
Poco después, Enrique IV, agradecido por los servicios que le rindiera uno de sus hombres más leales le hace merced de 120.000 mrs. de juro por los servicios prestados.
ACP (PU 54-12): Albalá de Enrique IV concediendo a Pedro Arias 120.000 mrs. anuales de juro por lo que ha trabajado a su servicio desde su niñez, especialmente en el cerco y toma de Soria, y después en la guerra de Navarra y en el cerco y toma de Viana, así como en el cerco y toma de Torrejón de Velasco (2 mayo 1465). Traslado de AGS. MP, Legº 5
Transcurrido un mes desde este albalá, los rebeldes rompieron definitivamente con el rey al escenificar su fractura con el poder legítimo en la llamada “farsa de Ávila”. Tras la ceremonia de la deposición cualquier arreglo entre los dos bandos se hacía muy difícil, si bien los movimientos militares de uno y otro bando alternaban con las negociaciones encaminadas a conseguir una tregua… y nuevas negociaciones. Lo cierto es que el Marqués de Villena, jefe del bando que sostenía a D. Alfonso, y que sólo atendía a sus intereses, esperaba que D. Enrique le recibiera de nuevo en su favor para devolver la situación al punto en que estaba antes de la ruptura de 1464, pues parece ser que el Príncipe Alfonso no era tan dócil como el antiguo valido esperaba, y las acciones del bando alfonsino no habían alcanzado una posición concluyente. Los rebeldes habían intentado tomar Simancas y Jaén, esperando mucho de estas conquistas, y habían fracasado en ambos intentos.
Entre las alternativas de la guerra cabe destacar el paso al bando rebelde del castillo de la Mota en Medina del Campo, plaza de notoria importancia para los dos partidos. Enrique IV, consciente de la importancia de esta villa ordenó una expedición para reconquistarla.
ACP (PU 112-40): Albalá de Enrique IV a los vecinos y caballeros de Medina del Campo que están dentro de la Mota alzados contra su autoridad, haciéndoles saber que ha mandado a Pedro Arias, a Fernando de Villafañe y al comendador Diego de Avellaneda para que tomen sus casas, bienes y propiedades y los posean y tengan por suyos (15 agosto 1465).
Pedrarias tomó Medina del Campo, como nos recuerda Luis Suárez en su biografía de Enrique IV, al decir que tras la tregua pactada en octubre de 1465 “Enrique IV se replegó de nuevo sobre Simancas y de allí, por Medina del Campo, que reconquistara para él Pedrarias Dávila, y por Olmedo, que ordenó fortificar porque carecía de fortaleza, volvió al amparo de su amada Segovia”.
Pero estas treguas que hemos mencionado parecían más bien un ardid del Marqués de Villena para poder entablar negociaciones directas con el rey y recomponer la situación conforme a sus intereses. Como muestra de la falta de rigor con que se observaron las treguas nos conviene mencionar ahora que una noche veinte hombres armados entraron en Medina del Campo en la casa de Pedrarias, matando al paje que guardaba la puerta, y lograron sacarlo de la villa y llevarlo a la fortaleza de Portillo donde permaneció preso. Quedó libre después que Diego Arias, su padre, pagara como rescate una crecida cantidad.
Posteriormente se suscribirían otras treguas que pondrían punto final a la primera fase de la guerra, aunque estas treguas ni eran generales ni serían bien observadas por los contendientes, y parecían responder más bien al deseo de Villena de entrar en conversaciones con el rey para volver a su privanza.
Ya libre, Pedrarias se mantuvo activo en la guerra en defensa de su rey, desoyendo las propuestas que, según nos dice Enríquez del Castillo, le hizo el Marqués de Villena para abandonar a Enrique IV y pasarse a la facción del pretendiente. Como no lograra atraerse a Pedrarias, el arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca, a instancias de Villena, decidió desviar sus instancias hacia el rey y, como relata Diego de Colmenares en su “Historia de Segovia”, “El arzobispo, induzido del Marqués de Villena quiso descomponer del todo la autoridad del Rey descomponiendo con él a Pedrarias de Avila, nuestro ciudadano, ministro de entera seguridad y valor” haciéndole ver que “los grandes se quejaban , no sin causa, de ver rico a un hombre solo con las haciendas de muchos: que heredero de su padre en el oficio y sagacidad había durado solo en la gracia de su Alteza por su provecho. Y sobre grandes haciendas él y su hermano avían aumentado estados y mitras; que era muy conveniente satisfacer el descontento de tantos con la prisión de estos dos, pues cuando no tuvieran culpa, era bastante causa el sosiego común”. Y el rey, siempre veleidoso y tornadizo, dio oídos a las sugerencias de estos dos personajes y decretó la prisión de Pedrarias. Durante la encerrona tramada para su prendimiento, Pedrarias se resistió con su espada resultando herido en un costado, y esta herida, que periódicamente se le abría, acabaría con su vida años más tarde durante el asedio del alcázar de Madrid.
En este punto debemos hacer un inciso para explicar los puntos de vista que cronistas e historiadores sustentan sobre este suceso que, con toda probabilidad, cambió el devenir de la guerra debido al cambio en la percepción que sobre la persona del rey se fue difundiendo apoyada en los hechos mencionados, y no solo entre los nobles de uno y otro partido sino también en la mente del pueblo llano.
Sobre la forma de enfocar el reinado de Enrique IV hay dos tendencias básicas que, con matices, llegan hasta nuestros días. Una de ellas es la mantenida por Diego Enríquez del Castillo, cronista real y principal valedor de la persona de Enrique IV, que en ocasiones llegó a ocultar, o al menos velar, las decisiones más polémicas del rey. Criterio opuesto es el mantenido por Alonso de Palencia, también cronista real y secretario de cartas latinas de Enrique IV, destacado humanista que, habiéndose educado en los más selectos ambientes culturales de la época, tanto en España como en Italia, sostenía que tanto el reinado en general como la mayor parte de los personajes que influyeron en la conducta del rey, y el mismo rey, fueron corruptos, venales y espejo de todos los vicios. Su parcialidad y mordacidad han sido contestados por muchos historiadores, aunque algunos, como Antonio Paz y Meliá (1842-1927), defienden con decisión sus posiciones. La mayor parte de los historiadores hace una síntesis de los escritos y posiciones de ambos.
Lo curioso en este caso, y ceñido a la persona y actuaciones de Pedrarias, es que ambos cronistas mantenían un mismo criterio sobre el comportamiento del rey en este punto, recriminándole ambos la injusta prisión de que hizo objeto a uno de sus partidarios más fieles. Y ello es más destacable por cuanto Palencia fue uno de los detractores más constantes y mordaces de Diego Arias, padre de Pedrarias. Sin embargo, de este último nos decía que se sentía arropado “por el general cariño que los moradores [de Segovia] le profesaban, merecido sin duda, pues aunque hijo de un padre perverso, observaba una conducta irreprensible, y dolíanse de su infortunio como antes se alegraban de su buena salud”.
También relataba Palencia que pasados pocos días después de la prisión, queriendo los criados de Pedrarias libertarle, intentaron apoderarse de D. Enrique que, “andando a monte, había llegado con sus capitanes a la aldea de Mayalmadrid” Por la noche, intentaron llegar hasta el rey, pero éste, advertido, huyó en camisa y “merced a un vestido de aldeano y a una yegua que le dio un campesino pudo refugiarse a mas andar en Madrid, donde comenzó a sentir doblemente haber permitido la prisión del inocente Pedro Arias y dado lugar a la inmerecida desgracia de quien como él había seguido su causa con lealtad sin igual, y empleado en su servicio más celo y hacienda que ningún otro. Con tan injusta opresión acarreóse D. Enrique grave nota de ingrato; y cuando llegaron a sus oídos las acusaciones y los rumores del pueblo, empezó a sincerarse y a hacer recaer la culpa sobre el arzobispo de Sevilla y sobre el Marqués”.
Pero sigamos con el desarrollo de los acontecimientos:
Conocida la prisión de Pedrarias, los alcaldes de Hermandad se reunieron en Valladolid y acordaron nombrar procuradores que pidieran al rey su libertad. Y Enrique IV, siempre voluble, se la devolvió. Este episodio de ingratitud por parte del rey es reconocido también por su cronista y capellán, Diego Enriquez del Castillo, cuando dice: “Pero pues licencia de escribir se me otorga y osadía de hablar me debe ser dada, digo con reverencia de tan alto rey que aquesta prisión tan injusta más fue ser perseguidor de los leales que enemigo de los traydores… ¡Oh qué mal exemplo de Rey! ¡Oh que deshonesta hazaña de Príncipe! ¡Oh que feo consentimiento y disoluta licencia!“. Colmenares nos confirma el impacto que este hecho debió causar entre los leales al rey al decir “Si mercedes no aseguran ministros, qué harán injurias. El Reyno y todos los leales quedaron con esta prisión escandalizados, y malseguros de Príncipe con quien era mas peligrosa la lealtad que la traición, por su culpable facilidad…” Pero no solo las crónicas sino también la literatura de la época nos dejó testimonio de la impresión que había causado esta desafección del rey. Juan Álvarez Gato recoge en su cancionero estas coplas alusivas a la prisión de Pedrarias:
No me culpes en que parto
de tu parte,
que tu obra me desparte
si me aparto;
que a los que me dieren culpa
en que partí,
yo daré en razón de mí
que tu culpa me desculpa
Y sobre la fidelidad de Pedrarias y su injusta correspondencia le dice al rey:
Irse han todos los buenos
a lo suyo,
que eres bravo con los tuyos
y manso con los ajenos
Y después:
Que cosa parece fuerte
de seguir,
quien remunera servir
dando muerte
Le anuncia además que la gente honorable le abandonará
Y essos que contigo están
çierto so,
que uno a uno se te irán
descontentos como yo
Acerca del efecto causado en los nobles partidarios del rey por estos acontecimientos hay que mencionar que el marqués de Santillana, el más firme partidario de D. Enrique, exigió, y obtuvo, que le fuera entregada como rehén la persona de la princesa Dª Juana, que fue depositada en Buitrago bajo la vigilancia de los Mendoza, quizá para precaverse de futuras veleidades del rey.
Libre por tanto Pedrarias, se resolvió a desnaturalizarse abandonando el servicio del rey que tan deslealmente se había portado con él. Movíale además el saber que constantemente - y aquí seguimos las noticias de Palencia - se pretendía eliminarle, pues habían llegado a sus manos varias cartas del rey en las que encargaba se ejecutase su muerte, que nadie se atrevía a llevar a cabo por la fuerte escolta que siempre le acompañaba y el cariño que le mostraba el pueblo de Segovia. Así las cosas, por medio de Pedro de Hontiveros, capitán de la gente de guerra de la condesa de Benalcázar, hija del conde de Plasencia, Pedrarias se puso secretamente a disposición del arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, y pactó con la facción del infante D. Alfonso la entrega de la ciudad de Segovia, morada habitual del rey.
La facción de D. Alfonso consiguió apoderarse de Segovia entrando por un portillo que Pedro Arias les franqueó, o quizá el obispo, su hermano. Oigamos a Palencia: “Frente a la puerta del alcázar y en lo más estrecho de la falda del cerro levántase el principal templo o sede catedral del obispo de Segovia. Éralo a la sazón D. Juan Arias, hijo de Diego Arias; pero, como prelado virtuoso, huía de encontrarse con D. Enrique, y su dignidad le había obligado en aquellos días a retirarse a su villa de Turégano, dejando a su hermano Pedro Arias en el palacio episcopal de Segovia, en cuya proximidad hay un portillo por el que se entra a la población con permiso del que defiende el edificio”. Aquí debemos mencionar que el obispo Juan Arias Dávila, hermano de Pedrarias, también estaba incluido en la orden de prisión que Enrique IV había ordenado contra éste, pero advertido a tiempo pudo ponerse a salvo en Turégano.
ACP (MAENZA 13-24): Provisión del Príncipe Alfonso, que firma como rey, aprobando las capitulaciones que celebraron en su nombre el arzobispo Carrillo y D. Juan Pacheco con Pedro Arias Dávila, obligándose este a poner bajo su dominio la ciudad de Segovia (Segovia, 27 septiembre 1467).
Entregada la ciudad de Segovia a los partidarios del Infante, éste decide corresponder a Pedrarias con lo prometido, y en tres provisiones de octubre de 1467 le reintegra en los bienes y oficios que tenía al tiempo en que fue despojado por Enrique IV, tras su prisión.
ACP (PU A-11a): Provisión del Príncipe Alfonso, que firma como rey, en la que hace merced a Pedro Arias Dávila, su contador mayor y de su Consejo, de las salinas de Espartinas, por juro de heredad (Segovia, 10 octubre 1467).
ACP (PU A-2b): Provisión del Príncipe Alfonso como rey, dirigida a las autoridades y vecinos de Medina del Campo, haciéndoles saber que en remuneración de los servicios prestados por Pedro Arias Dávila ha decidido desembargarle y restituirle los bienes, heredamientos y oficios que tenía y, entre ellos, la escribanía de rentas de Medina del Campo y su tierra (Segovia, 15 octubre 1467).
ACP (PU 111-10a): Provisión del Príncipe D. Alfonso como rey ordenando que si los alcázares de Madrid y Puerta de Guadalajara se rinden a su obediencia, la tenencia de los mismos se de a Pedro Arias Dávila (Segovia, 30 octubre 1467).
Pero esta situación, de nuevo favorable para Pedrarias, duró poco. El 5 de julio de 1468 el Infante D. Alfonso murió en Cardeñosa. Se dice que en su muerte tomaron parte algunos de los nobles que le seguían, Villena en particular, pues su carácter, más recio y constante que el de su hermano, no le permitía los manejos a que estaban habituados con Enrique IV.
De nuevo, sin señor al que servir, los hermanos Arias Dávila fijaron sus ojos en la princesa Isabel que, hermana del príncipe difunto, ya destacaba por su entereza y claridad de ideas acerca de los males que aquejaban a Castilla y que era muy consciente de los derechos que le correspondían en este momento. Muchos eran los nobles que mantenían su fidelidad a la princesa Isabel, como hermana del difunto D. Alfonso, y eran otros muchos los que sin seguir abiertamente su partido veían con simpatía su buen hacer y discreción pues, muy al contrario que la gran mayoría de los nobles, nunca puso en tela de juicio la legitimidad de su hermano el rey y, hasta entonces, siempre se había mantenido en un segundo plano. Por ello hemos de pensar que los dos hermanos Arias, si no abiertamente, coadyuvarían para alcanzar los acuerdos de Cadalso-Cebreros que serían escenificados poco después en las vistas de Guisando en que la princesa Isabel fue jurada como heredera de los reinos de Castilla y León con el consentimiento de la nobleza y la sanción del nuncio apostólico Antonio de Véneris, cuya intervención resultó especialmente destacada pues, entre otras cosas y como legado papal, levantó el juramento de fidelidad que pudieran haber prestado cualesquier personas a la princesa doña Juana como heredera. Y por las mismas fechas el rey, que había salido de montería a Rascafría con Juan Pacheco, ahora maestre de Santiago y de nuevo en su favor, ordenó que Pedrarias y su hermano Juan, obispo de Segovia, dejaran cuantos oficios tenían de su mano y salieran de la ciudad.
Obedecieron ambos hermanos la orden real y se retiraron a sus castillos de Torrejón de Velasco y Turégano, sin hacer grandes demostraciones de oposición pues, aunque se les habían retirado sus oficios, se les respetaron los bienes, que el rey les había desembargado “en vista del asiento que fizo con ellos al tiempo que fueron reducidos a su obediencia y le entregaron la çibdad de Segovia”. En los próximos años no habría movimientos que destacar entre estos dos miembros destacados del linaje salvo la convocatoria del sínodo diocesano de Aguilafuente por parte del obispo, que acudió acompañado de su hermano, y fue la ocasión para que se iniciara la historia de la imprenta en España.
Desconfiado de las intrigas cortesanas, Pedrarias mantuvo un perfil bajo durante estos años, si bien su reconocida bonhomía hizo que sus servicios como mediador fueran requeridos por amigos y conocidos como testigo o árbitro de acuerdos y pactos, entre ellos los siguientes:
ACP (PU 17-14): Asiento y concordia, con la mediación de Pedro Arias Dávila, entre Gómez Manrique y Juan de Rivera sobre la posesión de la Greda (Illescas, 9 agosto 1469).
Gómez Manrique, tío de Jorge Manrique, al que ya nos hemos referido al mencionar las coplas que dedicó al Contador Diego Arias Dávila, y hermano de Rodrigo Manrique, que fue maestre de la orden de Santiago, era uno de los personajes más relevantes de su tiempo. Poeta, militar y político, se había puesto, como toda su familia, a disposición del príncipe Alfonso cuando éste, por iniciativa de un grupo de nobles, se había levantado contra la autoridad de su hermano Enrique. El mismo año en que se produjo la Farsa de Ávila, el proclamado rey D. Alfonso le nombró corregidor de Ávila. Después se mantuvo fiel a los Reyes Católicos que, en premio a su fidelidad le otorgaron el corregimiento de la ciudad de Toledo en cuyo ejercicio se mantuvo hasta su muerte, llevándolo a cabo con una honestidad ejemplar, reconocida por todos sus contemporáneos.
Juan de Rivera, señor de Montemayor, pertenecía al linaje de los Silva y era hijo del Conde de Cifuentes. Tomó el partido de Isabel la católica durante la guerra civil y la de sucesión a la corona de castilla tras la muerte de Enrique IV. Una vez asegurada en el trono la reina Isabel, le mandó al norte a asegurar la frontera contra los franceses, razón por la que tuvo que residir largos años en Logroño, de donde posteriormente fue Asistente, llegando a ostentar además el corregimiento de Guipúzcoa. Pero, a pesar de su lejanía, se mantuvo siempre atento a sus intereses en el reino de Toledo donde los enfrentamientos entre los Silva y los Ayala fueron una constante de la historia toledana en el siglo XV.
ACP (PU 111-19): Asientos y capitulaciones entre el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, y el conde de Fuensalida, Pedro López de Ayala, alcalde mayor de Toledo, las cuales se entregaron a Pedro Arias Dávila para que las tuviese y guardase (3 agosto 1475).
Estos dos personajes tuvieron una presencia destacada tanto durante el reinado de Enrique IV como en el de los Reyes Católicos. Alonso Carrillo, como arzobispo de Toledo, fue uno de los cabecillas de la sublevación contra Enrique IV, y tuvo papel muy principal en la elevación al trono de los Reyes Católicos, si bien se apartó de su lado a última hora por no prestarse estos a sus manejos. Pedro López de Ayala, Conde de Fuensalida, alcalde mayor de Toledo, fue también aposentador mayor del rey, alguacil mayor de Toledo y alcaide de su alcázar. Pertenecía al linaje Ayala, enfrentado en Toledo con los Silva a lo largo del siglo XV. En esta carta de amistad que firmaron ambos prohombres el arzobispo se comprometía a ayudar al Conde de Fuensalida a recuperar el alcázar, aunque reservándose para sí el puente de Álcántara, y la puerta del Cambrón. Asimismo se comprometeían ambos a dejar en manos de Pedrarias la puerta de Bisagra.
Pero continuemos:
A pesar de la desconfianza que sentía por la corte y los cortesanos, nuestro personaje no podía menos de sentir una cierta atracción por el partido que la Princesa Isabel encarnaba, y cuyo carácter y entereza distaban tanto de los de su real hermano. De ahí que diera pasos tendentes a una aproximación a este partido, y ya a finales de 1469, dos meses después de celebrado el matrimonio entre Isabel y Fernando, se constata esta cercanía con la carta que aportamos y que demuestra la proximidad entre los dos destacados miembros del linaje y los príncipes de Castilla y Aragón. Recordemos a este efecto que la bula de dispensa de consanguinidad que se había aportado para el matrimonio de los príncipes, falsa a todas luces, aunque estos no lo sospecharan, había sido ejecutada por Juan Arias Dávila, obispo de Segovia y hermano de Pedrarias.
ACP (PU 112-72): Cédula del príncipe Fernando a Pedrarias Dávila acusando recibo de su carta y agradeciéndole sus servicios. Al tiempo le ruega que tenga sus espías en Segovia para que de día en día se sepa lo que allí se hace. Le pide que de creencia al portador de la presente (Valladolid, 24 diciembre 1469).
Creemos de gran importancia este documento pues nos sirve para datar en qué momento podemos entender que los hermanos Arias Dávila pasaron al partido de los príncipes.
No obstante, este partido no pasaba por un buen momento y carecía de los medios económicos y del ejército necesario para imponerse. La guerra se podía considerar concluida, aunque aún se producían conatos bélicos entre los banderizos de una y otra parte y se extendía por el reino una sensación de anarquía. Villena estaba de nuevo junto al rey, y mientras esto continuara así nadie podía considerarse libre de asechanzas. Para asegurar las posesiones propias, los usos de la época favorecían las llamadas “cartas de confederación y amistad” mediante las cuales dos o más nobles se ligaban bajo juramento para ayudarse mutuamente con dinero y con medios de guerra ante cualquier posible enemigo. Pedrarias concertó varias en estos años, todas con personajes destacados de la política castellana del momento. Aquí reseñamos tres de las más señaladas, todas ellas ligadas a la facción isabelina:
ACP (PU 145-10): Carta de confederación y amistad suscrita entre Pedro Arias Dávila y Alonso Carrillo, guarda mayor del rey y alcalde mayor de Toledo (Guadalajara, 9 marzo 1470).
Este Alonso Carrillo de Acuña era sobrino del arzobispo de Toledo Alonso Carrillo, y por estas fechas estaba consolidando su posición dentro de las élites toledanas. En 1469 había negociado con Pedro González de Mendoza el trueque de la villa de Mandayona, que había heredado de su madre, junto con una parte de sus bienes, a cambio de la villa de Maqueda y los derechos sobre la alcaldía mayor de Toledo.
ACP (PU 111-14): Carta de confederación y amistad por la que Álvaro de Stúñiga, hijo del Conde de Plasencia, y Pedrarias Dávila se comprometen a socorrerse en caso de necesidad con 50 lanzas (Arévalo, 11 abril 1470).
El conde de Plasencia había sido uno de los hombres indispensables en la política del reinado de Enrique IV pero, ahora, se hallaba enfrentado a su hijo por culpa de su segunda mujer, hija del todopoderoso Pacheco, que pretendía el beneficio de su prole propia en detrimento de los hijos del primer matrimonio del Conde. Álvaro, que ya movía armas contra el padre de su madrastra, había conseguido el nombramiento de Prior de la Orden de San Juan en oposición a Pacheco. También en este negocio intervino el ahora maestre de Santiago que consiguió que padre e hijo rompieran, lo que llevó a Álvaro Estúñiga a pasar al bando isabelino, recibiendo ayuda del arzobispo de Toledo y de Rodrigo Manrique, mientras su padre permanecía fiel a Enrique IV y, como tal, partidario de la sucesión de la princesa doña Juana.
ACP (PU 111-14): Carta de confederación y amistad entre Pedro Arias Dávila y Gonzalo Chacón, comendador de Montiel y contador mayor de la princesa en la que acuerdan ayudarse mutuamente (22 noviembre 1471).
Este es uno de los personajes que mayor influencia tuvo, andando los años, durante el reinado de Isabel la católica, que afectuosamente le llamaba “mi padre”, aunque siempre entre bambalinas, pues su carácter discreto le mantenía siempre a la sombra de su poderosa señora. Procedía del entorno de D. Álvaro de Luna, que le había otorgado la encomienda de Montiel, y a él se atribuye la crónica del condestable. Al morir Juan II, se retiró con la reina Isabel de Portugal y sus dos hijos al castillo de Arévalo, donde fue el mentor de los niños, además de contador y tesorero, labores que parece desempeñó con gran eficacia. Además de los oficios que tuvo, los Reyes Católicos le dieron en 1469 los señoríos de Casarrubios y Arroyomolinos.
Muerto el maestre de Santiago, Juan Pacheco, el 4 de octubre de 1474, el rey Enrique le siguió el 12 de diciembre de ese año, dejando sumida a Castilla en un estado de guerra civil latente en el que resultaba muy difícil mantenerse al margen de alguno de los dos bandos. Y vemos que Pedrarias ya había elegido el suyo y sus simpatías se inclinaban por Fernando e Isabel. Ésta se había proclamado reina el 13 de enero de 1475 en Segovia y con ello se declaraba la guerra abierta entre sus partidarios y los de la princesa Juana, cuyo mayor valedor en esos momentos era Alfonso V de Portugal, con el apoyo del Marqués de Villena, Diego López Pacheco, hijo del fallecido D. Juan Pacheco, y del Arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, muy decepcionado por la claridad de ideas de los ya reyes a los que veía poco receptivos a sus manejos. No deja de ser curioso que los dos cabecillas de la rebelión nobiliaria, Carrillo y Pacheco, que comenzaron las hostilidades denunciando la ilegitimidad de doña Juana, acabaran siendo los defensores de ésta después de haber cambiado de bando en varias ocasiones. La mayor parte de los grandes linajes ya habían optado por Isabel y Fernando
En la necesidad de alcanzar los apoyos necesarios para ganar el pleito sucesorio, Isabel, consciente de la valía y poder de Pedrarias, encargó al duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza, negociar con él para atraerlo a su servicio.
ACP (PU 111-20a): Carta de poder que dio Ia reina Isabel a Diego Hurtado de Mendoza para tratar ciertas capitulaciones con Pedro Arias Dávila y otras personas para reducirlas a su servicio (Valladolid, 28 diciembre 1475).
La negociación fue rápida, lo que nos confirma en la opinión de que la simpatía del linaje Arias Dávila por los Reyes Católicos era manifiesta de tiempo atrás, y ya en la primera quincena del año siguiente los reyes confirmaron los acuerdos a que habían llegado los negociadores.
ACP (PU 111-27): Carta de confirmación de las capitulaciones suscritas entre el duque del Infantado con Pedro Arias Dávila, por la que éste prestaría juramento de pleito-homenaje y los reyes le confirmarían en todas sus posesiones y oficios (Valladolid, 12 enero 1476).
Y poco más tarde, el 4 de febrero, la reina Isabel encargó a dos miembros de su Consejo que llevaran a efecto lo acordado en las capitulaciones.
ACP (PU 111-29): Real cédula de Isabel la católica al padre general de San Bartolomé de Lupiana y a Pedro Núñez de Toledo, de su Consejo, en la que les da cuenta de las capitulaciones acordadas entre el duque del Infantado y Pedro Arias Dávila y les ruega y manda que entiendan en ello y lo lleven a ejecución (4 febrero 1476).
Pero ya antes, el 29 de enero, la reina había dado poder a Pedro Arias para que, después de someter a su servicio la villa de Madrid, recibiera en su nombre de los vecinos de la villa y su comarca la fidelidad y obediencia que le debían.
ACP (PU 122-1): Real provisión de Isabel la católica dando poder a Pedro Arias para que en su nombre recibiera de los moradores de la villa de Madrid y su comarca la fidelidad y obediencia que le debían como a su reina y señora natural, y para que, prestada la fidelidad, les pudiera confirmar en las mercedes, oficios y rentas que tuvieren de los reyes anteriores (Burgos, 29 enero 1476).
Sabemos que la villa de Madrid había permanecido fiel a la princesa Juana en los comienzos de esta guerra de sucesión y que la reina Isabel había encargado al duque del Infantado y a Pedrarias que redujeran la villa a su obediencia. Durante el cerco de la villa y su alcázar, los reyes, quizá para dar ánimo a los sitiadores, iban dando cuenta a Pedrarias de cómo sus armas se estaban imponiendo sobre las del rey de Portugal. Estas dos cédulas que mostramos son buena prueba de ello.
ACP (PU 112-62): Real cédula de Isabel la católica a Pedro Arias Dávila dándole cuenta de la toma del castillo de Burgos, que se rindió a ella ya que el rey no pudo venir por hallarse próximo al adversario portugués (Burgos, 30 enero 1476).
Y después de la batalla de Toro, que decidió la contienda, el rey Fernando le comunicó la victoria alcanzada sobre los portugueses.
ACP (PU 145-1): Carta misiva de Fernando el católico a Pedro Arias Dávila comunicándole la victoria que ha alcanzado en Zamora sobre Alfonso V de Portugal (Toro, marzo 1476).
Estando la reina en Tordesillas, donde había tenido conocimiento de la victoria alcanzada en Toro, escribió a Pedrarias dándole aliento para someter el alcázar de Madrid, ya que la puerta de Guadalajara, verdadera fortaleza que guardaba una de las entradas de la villa, ya había sido tomada, y con ella toda la población. Solo restaba en poder de los contrarios el alcázar, fuertemente defendido con cuatrocientos hombres por Rodrigo de Castañeda, hombre de Diego López Pacheco, ahora marqués de Villena tras suceder a su padre.
ACP (PU 112-63): Real cédula de Isabel la católica a Pedro Arias reconociendo el amor y afecto con que ha trabajado con el duque del Infantado, su tío, en la recuperación de Madrid y, siendo tales servicios dignos de remuneración, los tendrá en cuenta para otorgarle mercedes que acrecentarán su casa. Le ruega que se mantenga en la empresa hasta tomar el alcázar (Tordesillas, 6 marzo 1476).
Y como para apoyar su confianza y buenos deseos de una pronta rendición, le escribió de su mano una nota, a pie de cédula, en que le decía: “Pedrarias, esto os ruego mucho que por mi servicio hagais”.
Pero Pedrarias no pudo ver concluido este último servicio a su reina pues, agravada su herida del costado por los últimos esfuerzos, murió en los últimos días del mes de marzo de 1476 tras haber otorgado testamento el 20 del mismo mes. En dos provisiones de 3 y 4 de abril del mismo año, los Reyes Católicos hicieron a Diego Arias Dávila, hijo de Pedrarias y sucesor en su mayorazgo, regidor de Madrid y miembro del Consejo real, como lo había sido su padre.