FRANCISCO JAVIER CASTAÑOS, I Duque de BAILÉN

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FRANCISCO JAVIER CASTAÑOS, I Duque de BAILÉN

Fecha de nacimiento: 22 de abril de 1756
Fecha de defunción: 24 de septiembre de 1852

Galicia Cataluña Menorca Consejo de Regencia La Albuera Tutoría de las infantas

Redactado por Luis Barrio, Marqués de Santa Eulalia y con referencias de “El Capitán General Castaños. Pasión por España”, de Miguel Marchamalo Main. 

Francisco Javier Castaños y Aragorri nació en Madrid el 22 de abril de 1756, hijo del Intendente General del Ejército don Juan Felipe Castaños y Urioste y doña María Aragorri y Olavide. 

Al buen hacer de su padre debió el joven Francisco Javier que Carlos III le nombrase capitán-cadete de infantería con tan solo 10 años, incorporándose al Seminario de Nobles en 1768, donde iniciaría sus estudios. Aquí Castaños adquirió su bagaje cultural y educativo: una importante formación religiosa y moral, aparte de la meramente castrense, lo que configuró en él una personalidad de altas miras en lo espiritual y humano. De ello daría a lo largo de su vida buena muestra, ya que por todos los testimonios de quienes se han acercado a su figura, puede concluirse que nos encontramos ante un ser humano excepcional, un cristiano ejemplar, un profesional militar de sólida formación y un español de reconocida lealtad a su patria y a su rey.

En 1770 salió del Seminario y se trasladó a Barcelona para acompañar a su padre que había quedado ciego, y allí terminó sus estudios en la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona, donde adquirió su verdadera formación militar. En 1774, con 16 años y tras el fallecimiento de su madre, se incorporó como capitán de granaderos al Regimiento de Saboya, que se encontraba en Cádiz. En 1782, con 24 años, obtuvo el ascenso a Sargento Mayor, o comandante, según la terminología moderna. 

Entre los años 1779 y 1783 asistió a las operaciones que tuvieron como objetivo y desenlace la reconquista de la isla de Menorca, que estaba en poder de los ingleses. Aunque la isla fue recuperada por España pasaría después nuevamente a manos inglesas hasta que en 1802 por el tratado de Amiens se reincorporó definitivamente a España. Igualmente tomó parte en el asedio de Gibraltar, aunque esta vez sin éxito. Por su participación en la defensa de las plazas de Ceuta y Orán, debido a su brillante participación en estas campañas, en 1792 sería ascendido a coronel, mereciendo de sus jefes una calificación excepcional, que se refleja en su Hoja de Servicios: Tiene talento, instrucción, celo y conducta y hará un buen coronel

Poco después, y tras los acontecimientos de Paris que terminaron con Luis XVI en la guillotina, todas las potencias europeas declararon la guerra a la República Francesa, y España no fue una excepción en esta llamada Guerra de la Convención que se extendió entre 1793 y 1795. Como coronel, Castaños fue destinado al Rosellón donde participó en las operaciones militares, con notable valor pues fue herido de gravedad dos veces, por sable y bala, salvándose de caer en manos del enemigo, en el primer caso por el contraataque de sus granaderos del Regimiento de África que le tenían un gran aprecio y respeto; en el segundo, por el valor de algunos de sus soldados que se metieron en medio de las filas enemigas para rescatarle.  Por ello fue ascendido a brigadier en octubre de 1793 y a mariscal de campo en 1795 al finalizar la guerra.

Sabemos que, durante este periodo, Castaños, aunque fiel a la monarquía, tomó partido contra Godoy y a favor del entonces príncipe de Asturias. El valido, enterado de las tertulias que se celebraban en casa de la duquesa de Benavente donde se fraguaban conspiraciones contra él, tertulias a las que Castaños era un asistente asiduo, le desterró a Badajoz como declarado contrario a su política. Al año siguiente es autorizado a volver a Madrid para hacerse cargo de una división cuya misión en principio era atacar las posesiones inglesas de ultramar (Jamaica y Martinica) pero que finalmente se destinó a defender el puerto de El Ferrol, donde habían desembarcado los ingleses, empresa en la que alcanzó pleno éxito. Por sus méritos durante la defensa del Ferrol, en 1802 obtendría el ascenso a teniente general y el nombramiento de Gobernador Militar del Campo de Gibraltar con sede en San Roque. Este cargo fue una oportunidad para Castaños, que le permitió establecer relaciones de casi amistad y compañerismo con dos sucesivos gobernadores británicos, que fueron la base de la futura colaboración inglesa en la lucha contra Napoleón. Además, gracias a estas buenas relaciones y a sus habilidades diplomáticas, logró que le fueran entregados todos los prisioneros españoles que habían sido confinados en Gibraltar. 

Tras la coronación del emperador, España y Francia firmaron el tratado de Fontainebleau (1807), que se acordó entre los delegados de Godoy y los de Napoleón, y en él los dos países acordaron repartirse el vecino reino de Portugal, cuyo gobierno se negaba a adherirse al bloqueo continental decretado por Napoleón. En este reparto se dividía el país en tres partes, una de las cuales sería entregada a Godoy. Puesto en ejecución el tratado, los mejores y más operativos ejércitos españoles procedieron a la invasión de Portugal dejando las plazas españolas desguarnecidas mientras las tropas francesas seguían entrando en España, pues la treta francesa consistía en ir tomando las plazas más importantes de la península, operación sin apoyo alguno en el tratado de Fontainebleau, que solo autorizaba el paso de tropas francesas por territorio español. 

Así, fueron ocupadas Barcelona, Pamplona, Salamanca, Burgos, y otras ciudades de importancia.  Godoy, considerado culpable de esta maniobra por el partido contrario a su política, y por la gran mayoría del pueblo español, es derribado en el motín de Aranjuez y, poco después, Napoleón convocó a Bayona a Carlos IV y al ya proclamado Fernando VII, con la intención declarada de mediar en sus disputas, pero con el objetivo final de hacerse con el control del país. De esta forma, obtuvo la abdicación de ambos litigantes, tras lo cual proclamó rey de España a su hermano José Bonaparte. 

Al inicio de la invasión francesa, Castaños, gobernador de Gibraltar y conocedor de las intenciones francesas, firmó con el gobernador de esta plaza inglesa un tratado de suministro de tropas, armamento y dinero para oponerse al invasor. 

Dispuesto a organizar la defensa de Andalucía reclutó una división en Ronda y se dirigió con ella hacia Sevilla donde la ciudad se había levantado contra los franceses nombrando una Junta de gobierno dirigida por el ex secretario de Estado Francisco de Saavedra. Inmediatamente se puso con su división a disposición de la Junta de Sevilla, que le nombró capitán general de Andalucía.

Establecido su cuartel general primero en Utrera, y después en Córdoba, se ocupó de organizar y armar a los numerosos voluntarios que se habían levantado en Andalucía logrando así reunir, con las sucesivas incorporaciones, un importante ejército de cuatro divisiones, aunque muchos de sus soldados estaban sin uniforme y armados con un armamento variopinto pues buena parte de la recluta se había hecho con voluntarios alistados por las juntas provinciales. 

Castaños concentró todo su saber y energía en poner a punto aquel dispositivo de guerra que se le había confiado, revelando todo su temple, carácter enérgico y talento organizador, pues, en trece días puso a un ejército, en su mayor parte formado por contingentes bisoños y carentes de toda instrucción militar, en condiciones de batirse y de ganar. El método que empleó, que resultó ser muy eficaz, consistía en intercalar los reclutas bisoños entre las filas de los veteranos. Después, les sometió a todos a una instrucción conjunta intensiva, con el fin de conseguir un conjunto cohesionado, instruido y de ánimo y moral elevados.

Con estas tropas se dirigió contra el ejército del general Dupont que había atravesado el paso de Despeñaperros para dominar este paso que aseguraba el control de Andalucía. Los dos ejércitos se encontraron el 19 de julio de 1808 en Bailén y la victoria fue completa para las fuerzas españolas que tomaron unos 20.000 prisioneros. Cabe destacar un elemento muy favorable para el ejército español: el apoyo de los habitantes de Bailén, que proporcionaban a los hombres de Castaños una estimable ayuda en forma de suministros de agua y el resguardo de una retaguardia suficientemente segura en el pueblo para retirar y atender heridos y conseguir vituallas. 

Era la primera derrota en campo abierto de un ejército de Napoleón y fue muy aplaudida en las cortes europeas levantando el ánimo de los opositores al imperio francés. Para el general Castaños este triunfo supondría su definitiva consagración como jefe militar, cuya fama se extendió por todo el suelo español y trascendió las fronteras. Después de huido el rey intruso, Castaños fue objeto de numerosos agasajos y felicitaciones, sobresaliendo los actos que se organizaron en su honor y de sus hombres, primero en Sevilla y luego en Madrid. 

Este reflejo de la unidad entre todos los que participaban en aquella lucha patriótica, quedó un tanto desvanecido, días después, cuando algunos de los vocales de la Junta de Sevilla pretendieron desconocer la ayuda que otras Juntas, como la de Granada, habían prestado para llevar a cabo la empresa y, en un ejercicio de arrogancia para hacer prevalecer su hegemonía, propusieron incluso que se enviase una fuerte división contra la ciudad de la Alhambra. Este proceder motivó una viva reacción en contra por parte de Castaños quien manifestó:

“¿Quién sin beneplácito se atreverá a dar la orden de marcha que se pide? Yo no conozco distinción de provincias, soy general de la nación. Estoy a la cabeza de una fuerza respetable y nunca toleraré que otros promuevan la guerra civil.” 

Al entrar en Madrid Castaños con sus tropas, algunos de sus generales le propusieron que no entraran con el contingente aquellas tropas que no estuvieran uniformadas, y su respuesta fue: “Que entren todos, que sin uniforme han vencido”. En los relatos contemporáneos de esta entrada se recogen “las expresiones de júbilo, alegría y admiración” del pueblo madrileño hacia quienes consideraba sus liberadores y se añade que “para no ofender la excesiva modestia del Sr. Castaños, nos reduciremos a la sencilla relación con que entraron sus tropas”. Antes de desfilar las tropas, se dirigieron al santuario de la Virgen de Atocha, donde el general presentó y ofreció la corona de laurel a la Virgen “y se nunca humilló a los pies de aquella sagrada imagen y le hizo una fervorosa y devota oración…”. 

Pero todavía quedaba guerra por delante; la respuesta del Emperador a esta derrota fue venir a solucionar las cosas en persona. Apenas unos meses después, Napoleón entraba en Madrid y reponía en el trono a su hermano José.

 Restablecida la Junta General en Madrid, se encomendó al general Castaños la dirección general de las operaciones militares, pero, a pesar de la heroica defensa del puerto de Somosierra, Napoleón desbordó al ejército español y llegó hasta Madrid. Castaños entonces se refugió en Cádiz acompañando a la Junta General. Aquí, ocupó cargos de responsabilidad como el de presidente del Consejo de Regencia que había sustituido a la Junta General. Castaños tuvo que hacer valer su fuerte personalidad en múltiples momentos y “tuvo gran mano en el despacho de los asuntos públicos” y “… antiguas amistades tenían gran cabida en su pecho… Como estadista, solía burlarse de todo y quizá se figuraba que la astucia y cierta maña bastaban, aún en las crisis políticas para gobernar a los hombres”. 

En 1810 deja la presidencia del Consejo, aunque manteniendo su puesto como consejero. Al mando del V Cuerpo del Ejército se dirige hacia Olivenza que estaba en manos francesas y, con la ayuda del mariscal inglés Beresford, logra tomarla. Luego se encamina hacia Badajoz y, el 16 de mayo de 1811, se encuentra en la Albuera con el ejército del mariscal Soult al que vence y obliga a retirarse. Por esta acción le sería concedida por la Regencia la Gran Cruz de Carlos III, por entonces la máxima condecoración que se otorgaba en España. Aún alcanzaría alguna victoria más, como la de Arroyo-Molinos en Cáceres. Ya en 1812 es nombrado capitán general de Galicia.

En 1812 y 1813 figura junto a Wellington, que le nombra general en jefe del ejército del mediodía, que agrupaba a los ejércitos 2º, 3º y 4º, en el ejército combinado que derrotó a las tropas napoleónicas en las batallas de los Arapiles y Vitoria. Con la guerra prácticamente finalizada, después de firmado el tratado de Valençay entre Francia y España en diciembre de 1813, se ocupó de organizar el traslado del Consejo de Regencia a Madrid, donde hizo su entrada el 5 de enero de 1814. Hay que decir que el tratado de Valençay, en que Napoleón reconoce a Fernando VII, no llegó a ejecutarse en Madrid pues el Consejo de Regencia no lo aprobó.  

Transcurría el mes de marzo de 1815, y estando reunido el Congreso de Viena para acordar las condiciones de la capitulación francesa, llegó la noticia de la huida de Napoleón de la isla de Elba, con lo que comenzaba el “Imperio de los Cien días”. Todos los países reunidos reagruparon sus ejércitos para hacer frente al Emperador, y España mandó al Norte a Castaños, quien entró en el Rosellón por Cataluña, penetrando profundamente en el mediodía francés. La derrota de Waterloo puso fin a la guerra de la independencia y al imperio napoleónico, y permitió el regreso de Castaños a Madrid. 

Tras jurar ante las Cortes su cargo de consejero de Estado, esperó la llegada del nuevo rey Fernando VII, el Deseado, quien restableció el absolutismo. El Rey contó con la fidelidad de Castaños, quien fue nombrado Capitán General de Cataluña y presidente de aquella Audiencia “tanto por su conocimiento militar y político, como por su adhesión a la Real Persona y en mérito a que las últimas ocurrencias le hacen acreedor de un puesto digno de sus sacrificios…”

Durante su mandato tuvo que hacer frente a algunas intentonas revolucionarias, como la que protagonizó el general Luis Lacy, que acabó con su ejecución. Castaños fue distinguido en 1815 con las Grandes Cruces de San Fernando, de Isabel la Católica y de San Hermenegildo, lo que, junto con su nombramiento y especial mención como consejero de Estado, son prueba de la estima que el rey le tenía. 

A pesar de su demostrada fidelidad a la corona, Castaños pasó apuros económicos en el reinado de Fernando VII, hasta tal punto de que es famosa una de sus anécdotas con el Deseado cuando se presentó en Palacio en la gala de la Pascua Militar de un día 6 de enero con uniforme de verano y al decirle el rey: ¿Cómo no te has helado con ese pantalón?, el general, muy serio, le contestó: Señor, la estación lo requiere. Fernando, sorprendido le dijo: ¿La estación? ¡Si estamos en enero! A lo que respondió Castaños: Vuestra Majestad estará ya en enero; pero yo, que llevo la cuenta por pagas, estoy en el mes de julio

Mantuvo el orden en Cataluña hasta que, con el levantamiento de Riego y la vuelta del régimen constitucional, en 1820, fue relevado de la capitanía general. Fernando tuvo que aceptar la revuelta y jurar la Constitución el 10 de marzo de 1820, inaugurando así el llamado Trienio Constitucional. 

Regresó entonces a Madrid para servir su cargo de consejero de Estado. Pero los países que formaban la Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia) no veían con buenos ojos el restablecimiento de un régimen liberal en España y consideraban a Fernando VII como cautivo de este régimen. Por ello, bajo la influencia de Chateaubriand, entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Luis XVIII, encargan a Francia, en el Congreso de Verona, que levantase un ejército para reponer la monarquía absoluta en España. En este ejército se integrarían también los partidarios del movimiento insurreccional absolutista (Ejército de la Fe) que desde hacía unos años venía hostigando a las fuerzas liberales en España.  Castaños, con la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis mandados por el Duque de Angulema, se prestó a acompañar al rey a Andalucía. No obstante, no pudo llegar a Cádiz y se tuvo que quedar en Bailén por el recrudecimiento de una enfermedad que padecía, y hasta pasados unos meses no pudo regresar a Madrid. El propio duque de Angulema, a su entrada en España, ofreció a Castaños ocupar la Regencia Provisional de España, en tanto no recobrase Fernando VII sus poderes absolutos, pero el general declinó la oferta. Por un decreto de 1823 fue nombrado Decano del Consejo Supremo de la Guerra. El 30 de septiembre de 1823 las Cortes liberales de Cádiz acordaron un armisticio con Fernando VII y el duque de Angulema por el que el rey proclamaría la Constitución. Sin embargo, ésta fue abolida de nuevo el 1 de octubre. 

Tras enviudar Fernando VII de su tercera esposa María Josefa de Sajonia sin sucesión, contrajo su último matrimonio con su sobrina María Cristina de Borbón - Dos Sicilias, el 11 de diciembre de 1829, enlace que fue cuestionado por muchos, como los partidarios del Infante don Carlos María Isidro. El general Castaños volvió entonces a dar una muestra más de su característica lealtad a la Corona, por encima de las personas que la encarnasen, al otorgar, como miembro del Consejo de Estado, su entusiasta aprobación al matrimonio. El rey le concedió, en 1829, el Toisón de Oro con Grandeza de España de primera Clase, la más importante condecoración que podía conceder un rey de España. 

En 1832, ya con 74 años, hallándose gravemente enfermo Fernando VII, la Regente María Cristina le nombró Capitán General de Castilla la Nueva y Presidente del Real y Supremo Consejo de Castilla. Éste era desde el siglo XV el más importante organismo consultivo en el régimen de la Monarquía Hispánica y, aunque suprimido por la Constitución de 1812, fue restablecido en mayo de 1814. Su presidente, de designación real, era la segunda autoridad de la monarquía tras el rey, y entre sus muchas funciones, estaba la de ejercer como Tribunal Supremo de Justicia. Muerto Fernando VII, fue sustituido por el Consejo real de España e Indias en cuya presidencia se mantuvo a Castaños. El Infante don Carlos se dirigió a él solicitándole que, como presidente de este Consejo, reconociese sus derechos y le proclamase rey de España. Sin embargo, Castaños desestimó su solicitud, colocándose de modo abierto y contundente a favor de la reina niña Isabel II, aún a sabiendas de que ésta se tendría que apoyar en los liberales para gobernar. Su proceder tuvo inmediato reconocimiento por parte de la Regente María Cristina, y así el 12 de julio de 1833 se le concedió el Ducado de Bailén, veinticinco años después de la batalla que dio nombre al título. Podemos decir que su prestigio dio aliento a los defensores de Isabel para hacer frente a las pretensiones del infante Carlos María Isidro. En 1834, la Regente María Cristina le otorga la presidencia del Estamento de Próceres, la Cámara Alta o futuro Senado. Aunque por su edad no pudo participar en las acciones militares de la primera guerra carlista, nunca dejó de alentar e impulsar el nuevo régimen.

En 1839 fue nombrado Comandante del Real Cuerpo de Alabarderos, y también fue reconocido por sus antiguos adversarios con la muy preciada condecoración de la Legión de Honor francesa en su grado de Gran Cruz.

Pero mientras se sucedían los honores a favor del general, éste sufría una auténtica penuria económica desde el año 1838, que le persiguió hasta el fin de sus días. En enero de este año Castaños dirigió una instancia al Ministerio de la Guerra solicitando que, por debérsele ciertos atrasos en sus haberes, se le adelantasen cuatro pagas pues no encontraba prestamistas que le resolvieran sus problemas de liquidez. Finalmente, la Reina Gobernadora accedió a que se le abonasen las cuatro pagas que solicitaba, dando este las más expresivas gracias, y, sin embargo, tres años después de su primera petición, se le informó de que no era posible atenderla. 

En 1843 cesó como Comandante del Real Cuerpo de Alabarderos, aceptando, a pesar de su avanzada edad, ejercer la tutoría de la reina niña y de su hermana la infanta Luisa Fernanda hasta la mayoría de edad de la primera. Gracias a su afable personalidad y cercanía de trato, se hizo con el afecto de la joven reina que pasó a considerar en él al padre y abuelo que nunca tuvo, afecto que se mantuvo hasta su muerte. De la cercanía de Castaños e Isabel II existen numerosos testimonios, siendo uno de ellos el de quien fue Aya Real, la condesa de Espoz y Mina, quien deja constancia de ello en sus memorias. 

En abril de 1847, fue por segunda vez nombrado General Comandante del Real Cuerpo de Alabarderos, pero él declinó el nombramiento exponiendo su “avanzadísima edad” sus achaques físicos. No obstante, en el ánimo real estaba la determinación de que el anciano soldado mantuviera dicho cargo hasta el final de sus días, por lo que se insistió en que lo asumiera, autorizándole a que “obre según el estado de sus piernas lo permitan, asistiendo solo a aquellos actos que V. E. Crea puede hacerlo sin menoscabo de su salud”. Cumpliendo con su deber, aceptaba la voluntad real y continuó en el cargo hasta su final.

Esta última etapa de la vida de castaños se prolongó 5 años más, en los que disfrutó de una cálida vida familiar arropado por el cariño de sus sobrinos. Según Mozas Mesa, dedicaba las primeras horas del día a expresar su acendrada fe, practicando sus devociones, así como la lectura espiritual, lo que habla por sí solo de sus convicciones religiosas. Todos los días, al amanecer, iba al vecino convento de las Mercedarias Descalzas de don Juan de Alarcón en la calle Valverde para oír la misa del alba, que era costeada por él. El resto del día paseaba, se reunía con amigos y disfrutaba de las tertulias, además de atender en Palacio Real sus obligaciones cómo General Comandante de Alabarderos y estar cerca de la reina, a la que profesaba gran estima, siendo este sentimiento mutuo, comprensible en Isabel que veía en castaños la figura de un abuelo protector. 

El héroe de Bailen falleció el 24 de septiembre de 1852, a los 94 años, 10 días después del que había sido su amigo y jefe, el Duque de Wellington, y en su testamento había pedido: 

Dispongo que se me amortaje con el uniforme más viejo que tengo, el que solía llevar al Consejo. Pasadas veinticuatro horas, mi cadáver será llevado al campo santo, el de San Nicolás y colocado en el suelo, no en un nicho, por donde transiten las gentes, que lleve solo una losa de mármol, lisa, sin más inscripción que mi nombre, edad, y el día de mi fallecimiento

Isabel II no quiso atender a estas disposiciones testamentarias y ordenó celebrar un funeral de Estado y que fuera enterrado en el panteón de hombres ilustres desde donde sería trasladado, en 1963, al mausoleo que se le hizo en la iglesia de la Encarnación de Bailén, junto a la Virgen de Zocueca, de la que era muy devoto y a la que había legado todas sus condecoraciones. El poeta local Ramón López y López de los Mozos escribió este laudatorio soneto (publicado en la Fiestas de 1966):

 

Aquí duerme su sueño el elegido

Para llevar a España a la victoria.

Aquí reposa un hombre enaltecido;

Nimbado por los rayos de la gloria.

El humilde Josué que paró un sol

No quiere bronces, ni pompa hueca.

Le basta con estar cerca de Dios

Y al lado de la Virgen de Zozueca.

El hizo antorcha, llama permanente,

Del fuego abrasador de Andalucía,

Que alumbró su victoria de gigante.

Y para ser ejemplo del presente,

Cual nuevo Fénix, nace cada día

Castaños, siempre General triunfante.
 

De su carácter afable nos da cuenta Galdós, a través del personaje Gabriel, en su episodio nacional “Bailén”:

Vi por primera vez al general Castaños cuando nos pasó revista. Parecía tener 50 años y, por cierto, me causó sorpresa su rostro, pues yo me lo figuraba con semblante serio y ceñudo, según mi entender debía tenerlo todo general en jefe puesto al frente de tan valientes tropas.  Muy al contrario, la cara del general Castaños no causaba espanto a nadie, aunque sí respeto, pues los chascarrillos y las ingeniosas ocurrencias que le eran propias las guardaba para las intimidades de su tienda

La prensa española consideró, con total unanimidad, la muerte del general como la desaparición de un símbolo nacional, sin hacer distingos entre periódicos liberales o conservadores, e incluso algún periódico republicano no escatimó sus elogios. Todos destacan que murió pobre tras 80 años de servicios prestados a su patria, pues como él mismo decía en su testamento

Muero pobre, pero, aunque fuese rico, preferiría no gastar en suntuosos catafalcos y grandes músicas, sino en sufragios y limosnas a las familias necesitadas

Su generosidad con los más necesitados era de conocimiento general. “La Gaceta”, al preguntarse cómo una persona de su rango podía morir arruinada,  respondía que dos grandes sentimientos habían llenado la vida de Castaños: su amor a sus reyes y a su país, y la práctica de la beneficencia; a los primeros había entregado su sangre y a los segundos sus bienes terrenales. Y el diario “La Época” nos cuenta:

 “El duque de Bailén tiene hechas todas sus disposiciones testamentarias, bien fáciles de arreglar, pues todo el caudal con el que cuenta en metálico el primer capitán general de España no pasaba hace dos días de cuarenta y siete duros”

El general Castaños murió soltero y sus títulos, ya que no sus caudales, los heredó un sobrino suyo, hijo de su hermana Concepción, casada con el barón de Carondelet. Su archivo pasó a sus sucesores en el ducado de Bailén, pero el Archivo de Puñonrostro conserva algunos documentos que llevan su firma y que guardan relación con su sobrino, el conde Puñonrostro, casado con María Felipa Cayetana de Carondelet y Castaños, hija de Concepción, la hermana mayor del general.

Nos asombra la sencillez y la pobreza de este gran hombre, de firmes convicciones y lealtades, como demostró a lo largo de su vida. Todo un ejemplo de honor, desprendimiento e hidalguía. 

ACP (PU 114-58):  Real despacho del Consejo de Regencia aprobando y confirmando el nombramiento, concedido por La Junta Militar de Madrid, de coronel de caballería otorgado al Conde de Puñonrostro (Cádiz, 31 de julio de 1810)

 Incluye la firma de Castaños, presidente del Consejo de Regencia

ACP (PU 154-9): Notificación al Conde de Puñonrostro, segundo comandante general del cuerpo de alabarderos, de la gran cruz de la orden de San Hermenegildo a consulta del Tribunal Supremo de Guerra y Marina (Madrid, 27 de diciembre de 1847)

Incluye la firma del Duque de Bailén, comandante del Cuerpo de Alabarderos

 

Referencias Bibliográficas