Texto redactado por Luis Barrio Cuenca – Romero que incluye citas de los libros Carondelet, una autoridad colonial al servicio de Quito, de Carlos Manuel Larrea, EL BARÓN DE CARONDELET, estrategia política y militar, de Jorge Núñez Sánchez y de la tesis doctoral de Adrien D´Esclaibes LOUIS-HECTOR DE CARONDELET ET LE CREPUSCULE DES INDES OCCIDENTALES (1747-1807)
Nacido en Noyelles sur Selle (Francia) el 29 de julio de 1747, y de origen flamenco, el barón de Carondelet fue uno de los nobles flamencos que en virtud de los pactos de familia con Francia sirvió a la Corona española. Ya anteriormente, sus antepasados habían servido a España durante su dominación en Flandes. Entre los antepasados de éste, se distinguieron D. Juan de Carondelet, a quien Carlos el Temerario encargó varias importantes misiones políticas y en 1480 fue nombrado Canciller por el Archiduque Maximiliano. Hubo otro D. Juan (1469-1545) que fue Decano de la Iglesia Metropolitana de Besanson, Presidente perpetuo del Consejo de Bruselas y después del Consejo privado de los Países Bajos. Más tarde fue nombrado Arzobispo de Palermo y Primado de Sicilia.
D. Luis Francisco Hector de Carondelet ingresó como cadete en el Regimiento de Reales Guardias Walonas en 1763. Se trasladó en 1768 a nuestro país y fue ascendiendo puestos en el escalafón. En 1775 se embarcó en Barcelona con su brigada de Guardias Walonas para participar en la expedición de Argel donde se distinguió en el desembarco y en la toma de un fuerte en cuyo asalto fue herido de gravedad. De regreso en España fue promovido a primer teniente de fusileros y después, en 1777 a primer ayudante mayor. Ese mismo año contrajo matrimonio con María de la Concepción Castaños y Aragorri (“Mariquita”), hermana de Francisco Javier de Castaños, luego Duque de Bailén. Por lo que se puede extraer de su correspondencia, fue un matrimonio por amor, y no de conveniencia. De ese matrimonio nacieron dos hijos: María Felipa Cayetana Carondelet y Castaños (1778-1853) y Luis Ángel Carondelet y Castaños (1787-1869).
Una vez convertido en ciudadano español, dejó el Regimiento de las Reales Guardias Walonas y fue nombrado teniente coronel en el Regimiento de Infantería de Flandes, en 1780 se embarcó en Cádiz formando parte con su regimiento del ejército de operaciones de América. Poco después sirvió a las órdenes de Bernardo de Gálvez en las operaciones que tenían por objeto la recuperación de la plaza de Pensacola, capital de la Florida occidental, de manos inglesas. Dirigió la toma del castillo fortificado, como jefe de la IV división, distinguiéndose por su valor y acierto en la toma de decisiones. Tras la capitulación de la plaza en mayo de 1781 recibió el grado de coronel.
De regreso en España y como reconocimiento a sus méritos y servicios recibió el hábito de caballero de la Orden de Malta y quedó agregado como coronel al Estado mayor de la plaza de Barcelona.
Carondelet en San Salvador
El 23 de febrero de 1788 recibió el nombramiento de gobernador e intendente de la provincia de San Salvador en la Capitanía General de Guatemala, cargo que desempeñó hasta 1792. Llegó sin la más mínima experiencia como administrador civil. En calidad de agente de las reformas borbónicas, estaba encargado de aumentar los ingresos de la Corona y de proteger la Audiencia de agresores extranjeros. Tuvo que aprender rápidamente las formas de funcionar de una sociedad colonial y sus presiones económicas. La situación política en América central giraba en torno a la rivalidad anglo-española en la costa de Honduras, lo que requería una adaptación de la política de defensa.
Infraestructuras, producción y comercio
Carondelet descubrió a su llegada que los caminos se encontraban en mal estado. Obligó a los hacendados a asumir el costo de mantenimiento. También impulsó el establecimiento de un servicio de embarcaciones ligeras para el transporte de pasajeros y mercancías por el río Lempa durante la temporada alta.
Impuso regulaciones en los distintos barrios de la ciudad y se preocupó por el abastecimiento de agua, especialmente mediante fuentes.
La residencia
Según el Memorial de Méritos enviado por Carondelet al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Guerra, don Antonio Cornell; 22 de abril de 1801, L. 252:
…fundó sesenta poblaciones nuevas con las gentes dispersas en los valles y montañas, que hasta entonces no se habían podido reducir a vivir en sociedad…
El expediente de su juicio de residencia, que consta de 762 folios, nos muestra la brillante actuación del Barón de Carondelet en el desempeño de esta misión. Las declaraciones que figuran en el segundo legajo del juicio no pueden ser más elogiosas. Así, se dice:
Es notorio el celo y aplicación incomparable con que Carondelet distribuyó la justicia a cuantos se la pidieron por escrito o de palabra sin que en ello se le advirtiese la menor falta….
… Su limpieza y desinterés se hizo tan notable que jamás admitió ninguna dádiva…
… Sus resoluciones se fundaron siempre en la justicia y la equidad, sin que para torcerlas fuese bastante el empeño de personas poderosas ni la pasión del odio o la amistad
Gracias a su juicio de residencia sabemos que Carondelet abrió escuelas comerciales para artesanos nativos americanos en San Salvador, San Miguel y San Vicente. Su actuación para las escuelas de primeras letras fue inusual en esta región del imperio. Carondelet estuvo muy involucrado en la vacunación de los niños. En El Salvador montó una comisión de vacunación contra la viruela. En el contexto de América Latina ésta fue una política innovadora. Molina le atribuye la introducción del gusano de seda y el comercio de la seda en El Salvador. Estableció un primitivo servicio postal y construyó un nuevo edificio de aduanas para San Salvador.
Revela el carácter humanitario y comprensivo de cómo debían tratar los funcionarios españoles a los colonos y a los indígenas esta declaración:
Que por su natural compasión a los indios de esta Jurisdicción y por cumplir con las Leyes, no perdonó diligencia para conservarlos en su libertad natural, y que todos fuesen bien tratados sin permitir en manera alguna fuesen oprimidos ni molestados.
… Que todos tuviesen lo necesario para la conservación de su familias y pago de tributos. Que las escuelas de primeras letras para la enseñanza de los niños indios fuesen permanentes en todos los pueblos…
En consecuencia, el fallo del proceso concluye de la manera siguiente:
Que debía declarar y declaro al expresado señor Barón por fiel servidor del Rey, juez recto, puro, celoso y desinteresado, por cuyas relevantes prendas es acreedor a que S. M. le distinga y premie con mayores empleos…
Esta sentencia, tan honrosa y favorable, nos da una idea de las altas cualidades morales y capacidad de gobierno del Barón. Sabemos de lo benéfica y provechosa que fue su administración de la colonia, que se desarrolló en varios ámbitos: fundando varios pueblos para reducir los pueblos bárbaros a una vida civilizada a la vez que colonizaba regiones despobladas; asegurando la tranquilidad y el cumplimiento de las leyes mediante la prohibición en las calles de los cantantes ambulantes, fuegos artificiales, explosivos y las sirenas de niebla; manteniendo el país en paz y prosperidad económica aprovechando los recursos naturales y fomentando la agricultura; procurando por medios adecuados incrementar los fondos públicos, sin extorsionar a colonos e indios con excesivos impuestos, y adoptando las medidas de reforma necesarias.
Esta generosidad y acierto en sus labores de gobierno se ganó el respeto de la colonia y el aprecio del gobierno de Madrid, que quiso aprovechar sus dotes otorgándole el muy destacado cargo de gobernador de la Luisiana.
Carondelet en la Luisiana
ACP (PU 157-17b): Título de gobernador militar y político de Nueva Orleans y provincia de Luisiana, expedido por Carlos IV a favor del Barón de Carondelet (Madrid, 13 marzo 1791)
La Luisiana española era un territorio de gran extensión que abarcaba de norte a sur las tierras comprendidas entre el golfo de Méjico y Canadá y de este a oeste el espacio entre la cuenca del Misisipi y las montañas rocosas con una extensión total de 2.275.940 kilómetros cuadrados, que comprenderían en la actualidad, total o parcialmente, el territorio de más de 10 estados americanos.
Después de cuatro años de gobierno admirable en la colonia del Salvador, el Barón de Carondelet fue designado por el rey Carlos IV, siguiendo el parecer del Consejo de Indias, Gobernador, Intendente General, Vicepatrono Real e Inspector de las tropas veteranas y milicias regulares de la Luisiana y la Florida Occidental. Tomó posesión del cargo el 30 de diciembre de 1791 y permaneció en él hasta agosto de 1797.
Su actividad como urbanizador y organizador en este destino le ha merecido pasar a la historia de Luisiana con el título de mejor alcalde de Nueva Orleans y, casi unánimemente, se considera que bajo su administración y la de su sucesor alcanzó Nueva Orleans su edad de oro.
Dividió la ciudad en cuatro distritos y durante su mandato se inauguró el primer teatro y se publicó el primer periódico “Le Moniteur de la Louisiane”. Abrió un canal de navegación que comunica la capital a la mar por los lagos, todo sin auxilio de ingeniero alguno, y con ahorro de más de sesenta mil pesos a la Real Hacienda.
Muy atento a la seguridad pública, introdujo el alumbrado urbano instalando en todas las esquinas farolas de gas. Esta medida se completó con la creación de un cuerpo de serenos para la vigilancia nocturna de las calles y la publicación de un reglamento para asegurar el orden y la tranquilidad pública.
La Luisiana sufría regularmente inundaciones debidas a las crecidas del Mississippi o a las violentas tormentas, por lo que Carondelet hizo trazar un canal destinado al desagüe de la ciudad, que, con el tiempo sería navegable y que llevó su nombre. También hizo cavar seis pequeños canales que servían, en caso de emergencia, para evacuar el agua que inundaba la ciudad, que requerían mantenimiento periódico. Al final de su mandato, el Cabildo le agradecía con una placa en su honor con la siguiente inscripción:
El Barón de Carondelet Gobernador General
Trazó, ejecutó y perfeccionó
Quasi sin costo este Canal:
En testimonio de la gratitud pública,
Y a nombre de los habitantes
El M.Y.A. de esta ciudad decretó
Se le diese para siempre el nombre de
CANAL CARONDELET
1796
Para asegurar, además, la defensa de la ciudad, hizo construir cinco reductos militares dentro de su ambicioso proyecto de erección y reconstrucción de fuertes, que tenía por objeto preparar a la colonia frente a un previsible ataque inglés o norteamericano. Mantuvo la Luisiana bajo el dominio de España, desvaneciendo los preparativos reiterados que hicieron los franceses para atacarla y sus intrigas para hacerla sublevar.
En cuanto al ámbito económico, y con su promoción, se establece en Luisiana definitivamente la industria azucarera produciéndose este producto a gran escala, lo que convertiría esta actividad en uno de los principales soportes de la colonia.
Luchó durante su mandato contra la corrupción, tratando de elegir subordinados y colaboradores honestos.
Muy popular y respetado, Carondelet ha merecido en general de los historiadores de la Luisiana un juicio muy favorable por su carácter enérgico, decidido y trabajador. Incluso después de abandonada la provincia, se interesaba por su suerte y las de sus naturales y por el porvenir del imperio español; de manera que ante la noticia de la venta de la Luisiana a los Estados Unidos escribió un memorial a Godoy para evitar que esa venta supusiera un perjuicio para México. Godoy le contestó agradeciéndole su interés.
Dentro del deplorable establecimiento de la esclavitud existente en esa época, la reglamentación dictada por Carondelet revela sus sentimientos humanitarios y la benevolencia de su carácter. Insatisfecho con la actitud de los dueños de esclavos, Carondelet escuchó atentamente las quejas de los esclavos contra sus amos. Consideró que la revuelta de Saint-Domingue exigía mantener a los esclavos bajo estricto control e impedir que se les aplicara castigos demasiado severos. En su Reglamento sobre puentes, caminos y esclavos de 1797, dispuso una multa de cien piastras contra los propietarios que maltrataran a sus esclavos, así como su venta forzosa a otros propietarios. Cada esclavo debía recibir un barril de maíz y tener los domingos libres para descansar o trabajar para sí mismo, salvo en casos extraordinarios en lo que podía trabajar para su dueño, por los que debía recibir una remuneración. La jornada de trabajo no podía comenzar antes del amanecer y debía terminar a más tardar al atardecer, con un descanso de media hora para el almuerzo y dos horas para la cena. A cada esclavo se le debía dar una camisa, pantalones y dos pañuelos para usar en verano. En invierno, recibiría una capa, pantalones largos de lana y otra camisa. Ningún amo tenía derecho a dar más de treinta azotes a un esclavo y tenía que haber un intervalo de al menos un día entre dos castigos. Un propietario que excediera este límite podría ser condenado a dos meses de prisión.
Preocupado el gobierno de Madrid como estaba por la intranquilidad que se vivía en el territorio de lo que luego sería Ecuador, en diciembre de 1797, el Rey, de acuerdo con el Consejo de Indias, nombra a Carondelet como gobernador y presidente de la Audiencia de Quito.
En resumen, con sus escasos medios intentó mejorar las condiciones económicas y agrícolas de la colonia y limitar el contrabando. Sin embargo, no pudo evitar que los nativos americanos recibieran bienes de Inglaterra, y la corona de España era incapaz de producirlos y el comercio con Francia casi había cesado durante los conflictos. Su principal éxito fue evitar la guerra civil dentro de la colonia donde nadie había olvidado la sangrienta represión de O'Reilly. Sabía, en cierto modo, reinar sobre la oligarquía de los hacendados. Aunque no apreciaba su relativa indulgencia hacia los esclavos, estos le agradecían haber reaccionado con firmeza durante la revuelta de Pointe Coupée en 1795. Carondelet estaba muy bien informado, tanto por los funcionarios reales como por los síndicos criollos o los oficiales de la milicia. Supo evitar los problemas derivados de la agitación jacobina. Si bien el poder militar de España se redujo, pudo optimizar sus acciones para mantener la paz interna. En cierto sentido, supo ser autónomo dentro de un marco estricto, por no decir fosilizado. Confió en las élites locales y les hizo sentir que participaban en el gobierno criollo.
Los testimonios de sus contemporáneos demuestran que fue apreciado, respetado y considerado un excelente administrador. Puede parecer paradójico que la paz civil en Luisiana fuera preservada por un soldado valiente y experimentado.
Carondelet es trasladado a la Presidencia de Quito
ACP (PU 157-18a): Título de gobernador militar y político y comandante general del reino de Quito, con la presidencia de la Real Audiencia, expedido por Carlos IV a favor del Barón de Carondelet (San Lorenzo, 28 octubre 1796)
Su entrada solemne se verificó el día primero de febrero de 1799 y dos días después tomó posesión de la Presidencia, dedicándose desde el primer momento con extraordinaria diligencia al cumplimiento de sus deberes, en acertada comunicación con el Virrey de Santa Fe (Nueva Granada) y sus subordinados.
Las condiciones políticas y económicas el antiguo Reino de Quito demandaban una particular atención.
Situación económica
La general estrechez económica que sufría el país desde el comienzo del siglo XVII por el exceso de los impuestos o tributos, se agravó y produjo decadencia en los impulsos de organización interna. Todo esto se agudizó con la crisis espantosa ocurrida en 1778 a 1776 debido a la emigración de la moneda. El metálico se fugaba a Europa en diversas formas; ya eran los donativos graciosos para la Corona, que los funcionarios españoles arrancaban a los miserables haberes de los criollos; ya por el envío que hacían los funcionarios a sus familias y agentes de negocios en España; ya por la entrega de fondos destinados al mantenimiento de guarniciones militares en Cartagena y en otros puertos Atlántico que se llamaban situados (destinados a proteger a las colonias de los ataques de otras potencias europeas y de los corsarios y piratas).
El presidente don José García de León y Pizarro exponía en 1779 al Gobierno de la Metrópoli que la falta de comercio, la ninguna entrada de caudales, el abandono de las minas, habían causado la total ruina de los habitantes de la Presidencia de Quito. La ruina del comercio se agravaba por la competencia que a las industrias nacionales hacían los artículos de España que venían abundantes por el Cabo de Hornos, desde su apertura, y obligaba a la clausura de los obrajes. La falta de trabajo causaba la fuga de los indios que, faltos de alimentos, se remontaban hacia los páramos y las selvas, huyendo de la servidumbre tiránica de los españoles y del exigente pago de tributos. Los pueblos habían llegado entonces al mayor extremo de pobreza.
El presidente León y Pizarro elevó notas con sugerencias encaminadas a remediar esa situación de miseria que afligía a la presidencia de Quito; pero el gobierno español rechazó las ideas de su representante en esta desgraciada colonia.
Época de calamidades para Quito fue la segunda mitad del siglo XVIII: un tremendo terremoto destruyó gran parte de la capital en 1755. Otro sismo espantoso destruyó Latacunga en 1757 y la erupción de varios volcanes arrasaron gran extensión de campos y poblados. La persistente sequía y una epidemia terrible difundida en ciudades y pueblos produjeron una mayor postración de la agricultura, lamentable pobreza de los campesinos y alarmante miseria en la población. Por último, en 1797 ocurrió la más pavorosa catástrofe, un salvaje terremoto, que afectó a casi todo el país y destruyó por completo la floreciente industriosa ciudad de Riobamba, por entonces uno de los enclaves más importantes de la jurisdicción.
Carondelet se impresionó vivamente con la terrible crisis que asolaba el país que ahora estaba bajo su mando. Pero era un funcionario experimentado y hombre de acción, influenciado por las modernas corrientes de pensamiento económico, que concebía el desarrollo de las posesiones españolas de América como la base indispensable para una recuperación del poder de España en el mundo. Fue así que se hizo cargo de la situación e inició, junto con sus colaboradores criollos, el estudio de las causas que habían generado tan grave crisis, buscando posibles fórmulas de solución a la misma.
Según su punto de vista, uno de los problemas que afectaba a la economía quiteña y que contribuía a la pérdida de su competitividad en los mercados externos era el aislamiento de su región interandina, por falta de comunicaciones con el mar, lo que dificultaba el comercio, limitaba el ingreso de moneda y condenaba a las provincias serranas a un ruinoso autoconsumo.
El presidente también planteaba que se eliminase la disposición virreinal que obligaba a que la remisión de “situados” en dinero efectivo, impidiendo que pudieran salir en forma de mercancías destinadas a venderse en la ruta de tránsito.
Abrió caminos, como el que conecta Quito con el océano Pacífico, pasando por Malbucho, o con Guayaquil, mejorando todas las vías de comunicación y asentando nuevas poblaciones, como la que lleva su nombre, San Luis de Carondelet. Veía una solución definitiva en la apertura y habilitación del camino de Santiago, destinado a vincular a Quito con el puerto esmeraldeño de Limones y con Panamá, para romper así su aislamiento geográfico y su lejanía con las rutas del comercio atlántico. El camino de Santiago se convertiría en una activísima ruta de comercio y, eventualmente, en una vía de rápida movilización militar frente a ataques enemigos.
Atendió Carondelet desde un primer momento al abastecimiento de Quito, muy deficiente por la falta de algunos productos de primera necesidad que los comerciantes retenían para no sujetarse a los precios establecidos. También tomó medidas para asegurar el suministro de agua. Ordenó cementerios, reguló la seguridad pública nocturna con la institución del cuerpo de serenos o celadores, y tomó otras muchas medidas para el fomento agrícola, ganadero y de la industria.
Mientras la Corona trataba de impedir toda forma de industrialización en las colonias americanas, como medio de garantizar el desarrollo industrial metropolitano; el plan Carondelet, por el contrario, no sólo propendía a la ampliación territorial y elevación administrativa de la colonia quiteña sino que, implícitamente, tendía al fortalecimiento manufacturero de su economía. Él buscaba para Quito la oportunidad de un nuevo auge industrial y comercial que, en la práctica, podía dar lugar a una creciente independencia económica frente a la Madre Patria.
Encontrándose en ruinas la ciudad de Riobamba, la cambió del lugar donde se hallaba a otro más seguro y asegurándose el concurso de los funcionarios más activos y diligentes en la reedificación de la ciudad.
Reveladoras del espíritu cristiano y de los sentimientos religiosos del Barón son sus actuaciones concernientes a la organización de las órdenes religiosas en la reconstruida ciudad de Riobamba. Reveladoras son también las frases que se encuentran en cartas dirigidas a don José Antonio de Lizarzaburu, su leal y activo instrumento en la reconstrucción de la arruinada ciudad. Leamos lo siguiente en carta del 22 de marzo de 1801:
… conviene para que Dios y el Rey estén bien servidos, cumplir cada uno con su conciencia y obligación, sin hacer caso de lo que se diga; nuestro Juez soberano está en los cielos, conoce hasta las más ocultas intenciones, siendo estas rectas a sus ojos ¿qué importa lo demás?
También estaba en estado ruinoso por efecto del mismo terremoto la catedral de Quito. De acuerdo con el obispo y el cabildo eclesiástico, Carondelet puso el mayor interés en la reconstrucción del templo metropolitano, que se llevó a cabo totalmente durante su presidencia. En el Archivo de la Real Audiencia se guardan los planos de las obras. Para ello se contrató al arquitecto Antonio García cuyos diseños fueron estudiados con todo detalle por el Presidente antes de autorizarlos. Se preocupó después de dotar al templo de una ornamentación interior magnífica contratando para ello a los mejores escultores y pintores disponibles. Al mismo arquitecto se le encargó la remodelación del Palacio de la Audiencia, hoy palacio presidencial o palacio de gobierno, que lleva el nombre de Palacio de Carondelet porque, según se cuenta, se lo dio Simón Bolívar que había elogiado la sencillez, austeridad y buen gusto del edificio.
Situación política interna:
Desde 1764 se habían sucedido una serie de levantamientos indígenas en el territorio de la Presidencia de Quito. El régimen colonial iba debilitándose en extremo y se afirmaban y propagaban las ideas de emancipación.
Don Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa, distinguidos escritores funcionarios de la monarquía, en sus Noticias Secretas dan cuenta de muchos casos de corrupción, de muchas exacciones y de cómo se evadía el cumplimiento de las leyes; pues los virreyes abusaban frecuentemente de sus poderes y no reparaban en medios para enriquecerse. Sabias leyes se dictaron en España; disposiciones humanitarias y justas; pero la distancia a que se hallaban los reyes y las instituciones metropolitanas encargadas de las cosas del Nuevo Mundo; y la avidez por enriquecerse de los funcionarios enviados a América, paciente las mejores ordenanzas quedarán como letra muerta, sin aplicación efectiva.
Los criollos estaban excluidos de casi todos los cargos públicos y de las dignidades eclesiásticas. Las autoridades eran para los españoles. En Quito, en todo el largo periodo colonial, sólo hubo un Presidente nativo del país; y los virreinatos casi siempre fueron ocupados por extranjeros. Esta era una de las causas de la profunda división de clases sociales, y de la mutua antipatía entre los llamados chapetones, que eran los funcionarios europeos, y los criollos, siempre postergados y explotados por los primeros. Así se fue acentuando el malestar social en la Colonia y se fueron arraigando los sentimientos y anhelos de independencia.
En 1795 recibía el presidente de la Real Audiencia, don Luis Muñoz de Guzmán del Virrey de Nueva Granada, órdenes para que reprimiera del modo más enérgico a los adherentes a las ideas y sistemas de gobierno que se propagaban desde Francia. Las noticias extraoficiales de los acontecimientos de Europa llegaban con relativa celeridad, dando cuenta de los trascendentales sucesos de la Revolución Francesa y de la guerra de España con los ingleses.
En 1800 don José Espinosa de los Monteros daba cuenta a Carondelet de los sucesos sangrientos ocurridos en Túquerres que culminaron con el asesinato del Corregidor de los Pastos, en protesta por el establecimiento del estanco de aguardiente. Esta información alarmó al Barón que Inmediatamente dispuso, de manera reservada, medidas para el mantenimiento del orden en las provincias de su mando. Las noticias que recibía de diversos lugares eran alarmantes: revelaban un ambiente de intranquilidad, desasosiego general, descontento del gobierno principalmente entre los indios y mestizos de la clase baja.
Hubo varios focos de agitación, como la actual provincia del Chimborazo, donde el 27 de febrero de 1803, más de 10.000 indios armados de lanzas, palos, sables y hondas, invadieron el pueblo de Guamote, incendiaron las casas, atropellaron al coadjutor de la parroquia que salió con el Santísimo Sacramento al fin de apaciguar a los amotinados; le persiguieron a pedradas insultándole y, con gritos blasfemos, echaron por tierra la cruz y la hostia consagrada, y acometieron contra el Alcalde intentando prender fuego a la iglesia. Asaltaron varias haciendas y quemaron sus casas; mataron a trece españoles, haciéndole sufrir inauditos suplicios, despedazaron sus cadáveres Y colocar los restos en palos en los caminos con leyendas que decían: para escarmiento de los blancos. Los indios celebraron su triunfo con una orgía espantosa. La sanguinaria ferocidad, la crueldad inhumana fue sobre todo manifiesta en las mujeres ebrias con todo el alcohol y chicha que encontraron en casas y tiendas de la población y de las haciendas cercanas. El Corregidor de Riobamba, don Javier Montúfar, informa el presidente de todo lo ocurrido; Llamando 200 hombres, junto al teniente don Luis de Nájera, pudo capturar a algunos cabecillas y mandó ahorcar a dos de ellos para imponer escarmiento y tratar de reprimir el movimiento. Los demás fueron encarcelados.
La multitud de indios que había atacado Guamote, al saber la salida de la tropa regular Riobamba, tomó una decisión definitiva: los amotinados abandonaron los pueblos I se situaron en las colinas y cerros aledaños, preparándose a resistir armados de lanzas, palos y hondas. Con algazara inaudita y ruido de tambores, bocinas y churos convocaban a toda la población indígena para el combate.
El Presidente Carondelet, al conocer de la difícil situación en que se encontraba la pequeña fuerza que había salido de Riobamba, ordenó que un fuerte contingente de Dragones veteranos, al mando del Capitán don José de Larrea y Villavicencio partiera inmediatamente hacia Guamote y se logró dominar la grave situación del momento. Pudo descubrirse que el movimiento subversivo tenía caracteres nacionales.
Las órdenes de Carondelet para pacificar la Provincia fueron muy acertadas, y con la valerosa y activa cooperación de las autoridades provinciales, logró salvar al país de una verdadera hecatombe.
Hay pruebas de que el gobernante supo entender las causas del descontento de los indígenas. Así, en el caso del levantamiento de Pasto, informó a sus superiores de que la rebelión popular había sido producida por los abusos en el cobro del diezmo eclesiástico, incitándolos con ello a refrenar esos abusos contra los indios.
Por otra parte, en tiempos de paz, Carondelet supo apreciar la humildad y laboriosidad de los indios, a quienes llegó a conceptuar como los mejores trabajadores que había conocido y como los únicos que sostenían, con su esfuerzo, la economía colonial.
Hay un interesante informe dirigido por Leandro Zepla y Oro, cacique indígena de Licán, en que da al Presidente importantes noticias del estado de ánimo de las comunidades indígenas qué decían que más más tarde o más pronto han de acabar con todos los blancos. Daba cuenta el cacique de haberse propalado un pasquín invitando a la sublevación; y manifiesta que, a su juicio, el Presidente estaba actuando demasiado blandamente, tal vez por no conocer a fondo la psicología de los indios. El hecho es que Carondelet veía el complejo problema de gobernar una colonia empobrecida por fenómenos telúricos, terremoto y sequías y por imprudentes leyes tributarias, pero estaba obligado mantener en vigor por las exigencias de la Corona; mientras ráfagas de viento tempestuoso se extendían en la gran masa indígena, buscando libertad y procurando sacudir el yugo demasiado pesado impuesto por los conquistadores. Era preciso defenderse con energía, pero con mucha prudencia y sentido de justicia.
Queriendo cortar el Barón las actuaciones de los sublevados, acelerar los trámites judiciales, impedir las venganzas y devolver la tranquilidad a los pueblos, dictó el perdón general para todos los enjuiciados y presos, exceptuando algunos cabecillas. Aquí se revelan el criterio justiciero y a la vez prudencia, y los sentimientos humanitarios del insigne Presidente.
Al informar Carondelet al Virrey de Santa Fe sobre el estado de las Provincias de Quito que gobernaba, decía: estos países se hallan a la discreción no sólo de los enemigos exteriores, pero de más de 85.000 indios tributarios enemigos acérrimos de los españoles y propensos a continuas sublevaciones…..
Carondelet atendía a todo, pero trataba de calmar a los exaltados, de dar ánimo a los medrosos y de apaciguar el país con medidas prudentes. Por ejemplo, conmutó la pena de muerte impuesta a muchos reos con la de trabajar en obras públicas. Con grandes y continuos esfuerzos el Barón fue logrando la pacificación del país; poco a poco se fue restableciendo el trabajo en las haciendas y el Presidente estimulaba a los obreros que se ocupaban en las obras públicas que multiplicaba, como uno de los medios para el mejoramiento de la situación económica.
Dice nuestro historiador ilustrísimo González Suárez que el Barón era suave de carácter, culto y urbano con todos; tienes sus costumbres y lleno de cordura y energía en sus procedimientos, el Señor Carondelet habría suspendido indudablemente la revolución de nuestra emancipación política de España, si hubiera vivido algunos años más en Quito.
Además de la atención que debía prestar a las sublevaciones de los indios, debía poner gran interés a los problemas políticos que se suscitaban en el territorio de su jurisdicción y entre ellos, y no menor, el de la alternativa entre europeos y americanos para la provisión de cargos públicos. Los peninsulares venían a enriquecerse a las colonias y, una vez acumulado el caudal necesario, volvían a la península, mientras que los criollos se veían obligados para obtener un empleo a esperar largo tiempo hasta que se produjera una vacante y que se aplicara a su favor el principio de la alternativa.
Una de las pruebas del criterio justo y prudente del Barón de Carondelet en su gobierno de la presencia de Quito es la manera como interpretó para su cumplimiento lo establecido, desde mucho tiempo atrás, sobre la alternativa entre europeos y americanos para la provisión de cargos públicos. Carondelet invirtió los términos del sistema, especialmente en la elección de alcaldes de primer voto en los cabildos. El Presidente daba preferencia a criollos eminentes, bien preparados y amantes de su patria, que buscaban servirla desinteresadamente, antes que los españoles que, muchas veces, acabado el empleo abandonaban del país.
Esta política de Carondelet levantó quejas contra su gobierno. El rey conminó al presidente para que hiciera cumplir lo establecido en la alternativa; pero el barón logró en 1804 una Real Cédula que disponía que para la provisión de Alcaldes Ordinarios, si no hubiera europeos idóneos, recayera la elección sobre criollos.
Incluso tuvo el gesto de nombrar Regidor de Riobamba al cacique de Licán Leandro Zepla y Oro, por los eminentes servicios prestados a la comunidad. Con razón el historiador ecuatoriano Oscar Efrén Reyes considera a Carondelet “uno de los magistrados más probos, más progresistas y comprensivos de los que España enviara a estas provincias.”.
Amenazas exteriores
Una primera evaluación efectuada por el nuevo gobernante demostró que la Audiencia de Quito se hallaba casi inerme frente a los potenciales ataques de enemigos externos. La totalidad de tropas veteranas del ejército español estaba constituida por apenas cuatro compañías y como único material de guerra disponible, había en el país unos 300 fusiles útiles.
Por estas fechas, los corsarios ingleses atacaban con frecuencia los barcos y pueblos de la costa. Ante la inminencia de un desembarco en Guayaquil, Carondelet reveló toda su capacidad de estratega y organizador militar, de la que años atrás había hecho gala en la Luisiana. Con una sorprendente celeridad, impartió órdenes a Juan de Urbina, gobernador de este importante lugar costero, para que tomase las medidas adecuadas de seguridad en el puerto y avisando a otros pueblos del litoral para que estuvieran prevenidos de los posibles ataques ingleses, todo ello con la precariedad de medios que tenían en la colonia, pues ni disponían de armada ni de suficientes armas con que atender a su defensa.
Entusiasmo por el progreso intelectual, científico, sanitario y de las artes
A pesar de agitación política y de la pobreza, en Quito no se había extinguido el entusiasmo por el progreso intelectual, por el adelanto de la cultura y por el cultivo de las ciencias, las letras y las bellas artes. En Quito había, al final del siglo, tres facultades universitarias, excelentes bibliotecas y muchos artistas altamente apreciados en el extranjero.
Atento siempre a todo lo que significara un mejor conocimiento del país y progreso de los adelantos científicos, Carondelet apoyó y favoreció las varias expediciones científicas que por aquellas fechas habían centrado su interés en el continente americano. Recordemos, en primer lugar, la Real Expedición Botánica que, después de pasar por Perú y Chile, llegó a Guayaquil en noviembre de 1799, con don Juan Tafalla y don Juan Agustín Manzanilla. El Barón se encargó de asegurar la intendencia de la expedición atendiendo sus demandas de dinero y otros medios y de remitir las muestras y semillas de las plantas y los dibujos a España para su depósito en el Jardín Botánico.
Carondelet apoyó a Tafalla en el impulsó del cultivo y explotación de la quina por sus cualidades febrífugas, tónicas y antisépticas, quien contribuiría a un mejor conocimiento farmacológico de esta planta. La quina fue tan importante en la farmacopea de la época que la Corona creó un estanco de la quina en 1751. Durante treinta años Tafalla descubrió una serie de nuevas plantas en el territorio de la Audiencia de Quito. Sobre todo, escribió La Flora Huayaquilensis, obra inédita fruto de su expedición a Guayaquil y al resto de la Audiencia, compuesta por trescientas láminas en color y seiscientas descripciones de plantas. Tafalla, con la ayuda únicamente de los dibujantes José Rivera y Francisco Pulgar y del botánico Juan Manzanilla, casi había duplicado la colección de plantas que Ruiz y Pabón habían traído a España en 1788.
Carondelet siguió atentamente la labor de Tafalla y Manzanilla y envió los frutos de su trabajo a Madrid. En el archivo del Museo de Ciencias Naturales de Madrid se conservan 20 cartas de Carondelet enviadas al ministro de Gracia y Justicia, datadas del 21 de diciembre de 1799 al 20 de febrero de 1807. Estas cartas acompañaban envíos de semillas, dibujos y/o descripciones de la flora peruana, realizadas por Tafalla y Manzanilla. El trabajo de estos investigadores fue constante y preciso; el afán de Carondelet por transmitir los resultados demuestra su interés por el conocimiento científico.
También durante su mandato tuvo lugar la llegada a Quito del Barón Alejandro de Humboldt, ingeniero de minas y una de las mentes científicas más preclaras de su siglo, acompañado del cirujano de la marina francés Aimé Bonpland. Ambos habían recibido de las autoridades de la península pasaportes y recomendaciones para facilitar su labor. Después de pasar por Venezuela y Bogotá, a donde les había llevado su interés por conocer a Mutis, arribaron a Quito el 6 de enero de 1802, donde fueron espléndidamente acogidos en la casa de Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre. De las amabilidades y agasajos que recibieron de las autoridades de la colonia dan buena fe estas notas de su diario:
Mi estadía en Quito resultó de lo más agradable… La ciudad respira únicamente atmósfera de lujo y bienestar… En Quito se observa un gusto refinado…
Y su biógrafo y amigo de confianza Jean-Claude Delametherie al describir su estancia en Quito:
Los señores Humboldt y Bonpland el 6 de enero de 1802 a Quito, célebre capital en los fastos de la astronomía por los trabajos de La Condamine, Bouger, Godin, Jorge Juan y Antonio de Ulloa; justamente célebre, además, por la gran amabilidad de sus habitantes y su feliz disposición para las artes. Nuestros viajeros continuaron sus investigaciones geológicas y botánicas durante ocho meses en el Reino de Quito…
Delametherie describe las ascensiones a las montañas y volcanes de la región, como el Cotopaxi y Chimborazo, y todas las investigaciones que realizaron en el transcurso de su estancia. Pondera el celo e interés del Barón de Carondelet por el progreso de las ciencias y anota que éste les había abierto los archivos de la Presidencia, donde pudieron estudiar cuanto se relacionaba con los trabajos de los académicos franceses y los marinos españoles en la medición de un arco del meridiano ecuatorial
Humboldt y Bonpland regresaron a Paris en 1804 en compañía de Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre.
¿Carondelet pudo haber inspirado a Humboldt? En su Ensayo político sobre la Nueva España, publicado en 1811, Humboldt propugnaba reformas ilustradas y sabias, bajo los auspicios del rey. La Corona tuvo que imponer enérgicamente cambios que beneficiaran a las clases desfavorecidas, manteniendo al mismo tiempo vínculos con las élites locales. Para ello era necesario elegir, particularmente entre los criollos “ilustrados”, administradores honestos, capaces de desarrollar el comercio y la economía, preocupados por hacer avanzar la libertad. Carondelet podría verse reconocido en esta descripción.
Además, coincidió con la presidencia de Carondelet en Quito la llegada en 1805 de la Misión Filantrópica de la Vacuna, o Expedición Balmis, con el grupo de Salvany. Su objetivo era la propagación de vacuna de la viruela a todos los rincones del Imperio español, ya que la letalidad del virus estaba causando la muerte de miles de niños. Nuestro historiador el Iltmo. Señor González Suárez cuenta minuciosamente como fue recibida la misión médica. Dice así:
Gran fiesta hubo en Quito para celebrar la llegada de la vacuna: salieron a encontrar la expedición los principales vecinos de la ciudad, y se cantó una Misa solemne en la Catedral: las personas más notables tenían a honra llevar en brazos a los niños, portadores del famoso fluído: la primera inoculación se verificó con grande aparato, asistiendo a ella, como a una función religiosa, el Presidente Carondelet y el Iltrno. Señor Cuero, Obispo entonces de Quito.
El presidente impartió órdenes para que se procurara aprovechar de la inoculación de la vacuna en todos los pueblos de la Gobernación y pidió el envío de listas de los recién nacidos en cada localidad. En el momento de marcharse, Salvany escribió a Carondelet para transmitirle su satisfacción al haber logrado detener los contagios de viruela en las zonas de La Loja e Ibarra.
Apoyó la apertura de explotaciones mineras como la llamada platina, que no es otro metal que el platino, descubierto por los españoles a principios del S. XVIII pero que los indígenas ya conocían desde la época prehispánica y utilizaban para hacer aleaciones con el oro y la plata.
El final de la vida de Carondelet
En 1807 su salud empeoró drásticamente, pero a pesar de ello, continuó trabajando hasta el 6 de agosto de 1807, pocos días antes de fallecer el 10 de agosto, con 59 años de edad, después de una visita de inspección a la localidad de Ibarra donde se proponía abrir un camino que comunicara la región interandina con el mar. Su cadáver fue sepultado en la bóveda de la Iglesia Metropolitana de Quito en cuya reconstrucción y dignificación tanto había contribuido. Las manifestaciones de duelo demostraron el aprecio y gran estimación del pueblo al eximio Presidente. Los panegíricos pronunciados en el pueblo de Pintac y en la catedral de Quito durante su funeral contienen algunos detalles interesantes sobre su vida.
El pronunciado por José Luis Riofrío, párroco de Pintac, nos muestra que Carondelet había tenido durante mucho tiempo presentimientos de su muerte inminente y que sabía que estaba muy enfermo. Estaba convencido de que se moriría antes de los 60 años. Profundamente religioso, había recibido el sacramento de la penitencia y la Eucaristía esa misma mañana en la iglesia. Había rechazado los remedios sabiendo que había llegado su última hora y aceptándolo con alegría. El elogio contenía otra información. Su auto de buen gobierno contenía disposiciones muy sabias para contener los desórdenes, detener los escándalos y desterrar la ociosidad a la que la gente común estaba tan inclinada. Estableció los medios adecuados para el buen orden público y la seguridad de todos. Riofrío añadió que no se había desviado de su línea de conducta durante estos 8 años y medio de presidencia de la Audiencia y había aplicado este programa al pie de la letra. Justo y humano, se mantuvo alejado de todas las diversiones públicas. Sabía reconciliar espíritus, obedecer y, sobre todo, velar por la ejecución de sus órdenes. En su trato con los demás no destacaba por conductas iracundas ni por modales insultantes, y tenía la costumbre de escuchar atentamente, sin dudar en actuar si fuera necesario. Después de su muerte, se encontraron muchas monedas en su ropa que siempre llevaba consigo para ayudar a los pobres y necesitados. Las repartía durante su paseo matutino diario. Si luego supervisaba el estado de las obras públicas, del pavimento, de las fuentes, de la limpieza de las calles e inspeccionaba el hospital y el Hospicio Real, aprovechaba para dar limosnas discretamente, de tal modo que ni siquiera su esposa se enteró de su generosidad.
Se puede señalar que, a pesar de sus problemas de salud, en una ocasión recorrió el camino de Malbucho al mar para inspeccionar las obras y que estuvo muy involucrado en el traslado del pueblo de Riobamba tras el terremoto de 1797, que visitó en dos ocasiones. El predicador elogió el auto del buen gobierno de Carondelet, que era un ejemplo memorable de su celo y su talento en la administración de justicia, de su amor al buen orden y a la policía, de su vigilancia para prevenir y reprimir los vicios. Destacó que Carondelet dedicaba unas horas diarias a recibir al público, ya fuera gente importante, pobre, o bien inoportuna, y que escuchaba atentamente y de manera afable, inspirando confianza. Cristiano convencido, meditaba diariamente en su oratorio privado y cada 8 días se confesaba con un eclesiástico docto y prudente. Al final de su vida, dolorosas infecciones plagaron su cuerpo y soportó su dolor con gran paciencia.
Si bien estos sermones parecen halagos, en ellos encontramos conductas que ya había exhibido en Nueva Orleans.
Juan Larrea, en su homenaje a Mariquita, citó ampliamente los logros de Carondelet, destacando su papel decisivo en la reconstrucción de Riobamba. También mencionó el camino a Malbucho, la extracción de la quina con la ayuda de un botánico, las oficinas de correo postal, el camino a Guayaquil, su esfuerzo para desarrollar el comercio de la provincia, que sólo existía gracias a los intercambios con Popayán. Respecto a las actividades cotidianas de Carondelet, destacó que tenía un temperamento apacible y conciliador, nunca de mal humor, que inspeccionaba todo, visitaba diariamente el hospicio, incluso entrando en la cocina y probando la comida, iba a ver a los leprosos sin vergüenza ni desdén, y que su máxima era no dejar los asuntos del presente para otro día.
No hubo sentencia de residencia durante el mandato de Carondelet debido a la expulsión de los Borbones de España por parte de Napoleón. Por lo tanto, no es posible tener información concreta sobre aquello de lo que se le podría haber acusado localmente.
En su obra « Travesuras poéticas », D. José Mejía Lequerica dedicó unos versos a la esposa del barón:
Quemar pensé una noche estos mis versos
pues llaman con horror satiricones (h. II).
El celo triunfante de la discordia,
preludio alegórico a la malísima tragedia intitulada Eurípide y Tideo.
Emp.: ¡Hermosa Quito! Respira...
Fin.: eleve más allá de los planetas (p. 157)
Después de su fallecimiento, una hija suya, María Felipa Cayetana de Carondelet y Castaños se casó en Madrid con Juan José Arias Dávila Matheu, Marqués de Maenza y Conde de Puñonrostro.
Conclusión
Como ha quedado evidenciado, Carondelet no era un administrador colonial común, de esos que venían a hacer la América acompañados por un séquito de parientes necesitados de colocación, y cuya labor se reducía a cumplir las disposiciones del gobierno metropolitano. Militar de altos méritos y gobernante experimentado, era también un hombre de espíritu moderno y liberal, vale decir, un típico representante de la Ilustración europea. Y precisamente por ello su presencia y acción lo colocaron muy por encima de los generalmente mediocres, autoritarios y venales gobernantes que lo habían antecedido en la presidencia de Quito.
Según concluye su tesis Adrien D´Esclaibes:
Se presenta como un hombre predecible, trabajador, honesto, enérgico, ingenuo en el corto plazo pero con una excelente visión de largo plazo. Su madre, que llevaba la contabilidad casi diaria y se ocupaba de las minas de carbón de la familia, le había enseñado el gusto por el trabajo bien hecho y el espíritu emprendedor.
Buen marido y padre, era representante de los miembros más jóvenes de la familia del Antiguo Régimen que sabían que la fortuna familiar no sería para ellos. Para asegurar su éxito no dudó en emigrar y luego partir hacia América, fuente de distanciamiento, cansancio y olvido por parte de la administración central. Aunque en sus cartas de juventud a su hermano esperaba hacer fortuna yendo allí, su integridad y su sentido del trabajo eran incompatibles con este objetivo.
Murió en el cargo, consumido por la enfermedad, intentando cumplir con sus deberes hasta el final. Si bien era consciente de su rango en la escala social en los territorios que administraba, no parece que tuviera la más mínima altivez hacia todos. No dudó en tomar como informantes a personas de color libres en Luisiana o en apoyar a Mejía, que era un niño adúltero. Partidario inquebrantable de la sociedad tradicional, tenía también un lado innovador, ya que no dudó en pedir la libertad de comercio en Luisiana. Representaba a aquellos valientes soldados que preferían la pacificación y los logros concretos al combate peligroso.