FRANCISCO ARIAS DÁVILA Y BOBADILLA, V Conde de Puñonrostro

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FRANCISCO ARIAS DÁVILA Y BOBADILLA, V Conde de Puñonrostro

Fecha de nacimiento: 10 de julio de 1537
Fecha de defunción: 21 de enero de 1610

Flandes Azores Inmaculada Gran Armada Alteraciones de Aragón Asistente de Sevilla

Fue este uno de los soldados más eminentes de su tiempo sirviendo a las órdenes de los grandes generales y gobernadores de Felipe II: el duque de Alba, el de Parma, Luis de Requesens, Álvaro de Bazán etc., y como tal le vemos en todos los escenarios bélicos donde la Monarquía Católica se hallaba comprometida, Italia, Flandes, Portugal, y la misma España.  Era el hijo tercero del segundo Conde de Puñonrostro, Arias Gonzalo, y, siguiendo la costumbre de la época, fue destinado en un principio, como hijo tercero, al servicio de la Iglesia. Vemos así que, ya en 1552, cuando solo tenía 10 u 11 años, recibió una autorización para poder ordenarse, a pesar de su corta edad.

ACP (PU 13-3):  Licencia otorgada por el Cardenal de Sant Angelo a D. Francisco de Bobadilla para que pueda ordenarse de primera tonsura y grados (Roma, 28 de enero de 1552)

No obstante, sus inclinaciones no debían orientarse a la profesión religiosa a la que se le había destinado, y pronto se encaminó hacia las actividades militares en las que tanto destacaría.  Poco sabemos de su formación militar en sus años juveniles. El Diccionario Biográfico Español (DBE), editado por la Real Academia de la Historia, nos dice de él que se educó en casa de Pedro de Cabrera y Bobadilla, II Conde de Chinchón, forjándose una estrecha amistad entre Francisco y Diego, hijo de Pedro, que en 1576 heredó el título de su padre. Diego sería con el tiempo uno de los personajes más relevantes de la segunda mitad del reinado de Felipe II: Tesorero general de la corona de Aragón, Gobernador del Consejo de Italia, consejero de Estado, miembro de las Juntas de noche, de Obras y Bosques y de Gobierno. El Diccionario Biográfico nos dice que cuando D. Francisco emprendió su carrera militar, el Conde de Chinchón le obsequió con un caballo, como muestra de su aprecio.  Sin duda debió destacar por su bravura y preparación, pues ya en 1564 le vemos en Milán formando parte de la guardia del gobernador y capitán general, Duque de Alburquerque.

ACP (PU 10-13a):  Patente de capitán de caballos ligeros de la guardia, otorgada por D. Gabriel de la Cueva, Duque de Alburquerque, gobernador y capitán general de Milán, a favor de D. Francisco de Bobadilla (Milán, 20 de abril de 1564)

Trasladado de Italia a Flandes, donde a la sazón la revuelta de los holandeses se había enquistado bajo el gobierno del Duque de Alba, D. Francisco mandaba una compañía de infantería española de arcabuceros y participaba en las acciones militares del momento bajo el mando del maestre de campo Julián Romero, en cuyo tercio de Sicilia servía.  Asistió en el año 1572 a los combates de Quiévrain y en el socorro a la plaza de Middelburg, que acreditaron su fama como buen militar y valeroso soldado permitiéndole ascender grados en el escalafón militar.

ACP (PU C-5a):  Patente de Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba y gobernador de Flandes, otorgando a D. Francisco de Bobadilla una compañía de infantería española de arcabuceros en el tercio de Sicilia que manda Julián Romero (Amberes, 1 octubre 1570)

Su valentía en el asedio de Mons, de 1572, impresionó de tal manera al Duque de Alba que le concedió el honor de comunicar personalmente a Felipe II la noticia de la victoria. De vuelta en los Países Bajos, y ya bajo el mando del Duque de Parma, destacó de nuevo en Maastricht (1579) antes de ser llamado a España para asegurar la conquista del reino de Portugal para la Monarquía Católica y conquistar las Azores, donde el Prior de Crato, pretendiente a la corona portuguesa, mantenía su soberanía.

Antes de su regreso fue nombrado maestre de campo el año 1582. Con este cargo, D. Francisco fue encargado de partir a las Azores donde, a las órdenes del Marqués de Santa Cruz, debería expulsar a los partidarios del Prior de Crato, que se habían hecho fuertes con la ayuda de Francia.  

Embarcado en Lisboa, se dirigió a la isla de San Miguel donde participó en los combates navales que tuvieron lugar para asegurarse el control de esta isla. Sin duda cumplió el encargo recibido a satisfacción de todos, pues ya en agosto de 1582 el secretario del Consejo de Guerra, Juan Delgado, le felicitó por su actuación en la batalla de San Miguel contra la armada francesa.

ACP (PU 10-5f):  Carta del Secretario de Guerra, Juan Delgado, al maestre de campo Francisco de Bobadilla felicitándole por el éxito alcanzado por la armada en su enfrentamiento con la francesa (Lisboa, 29 agosto 1582)

Al año siguiente, fue encargado por Felipe II de reclutar un tercio en Talavera de la Reina, Puente del Arzobispo, condados de Oropesa, Orgaz y Fuensalida y otros lugares de la Mancha con los que debería dirigirse a Lisboa para embarcarse a las Azores con objeto de hacerse con el control de la isla Tercera, isla principal del archipiélago.

ACP (PU 10-6f):  Real cédula de Felipe II a D. Francisco de Bobadilla pidiéndole que, una vez reclutados sus soldados, se dirija rápidamente a Alcántara donde su ingeniero, Juan Bautista Antonelli, tendrá preparadas las barcas necesarias para transportar las tropas a Lisboa (Aranjuez, 2 mayo 1583) 

Cumplido el encargo, Don Francisco se embarca hacia las Azores donde de forma meritoria intervendría en la conquista de la isla Tercera y el resto de las islas del archipiélago. Posteriormente, y ya pacificado Portugal, recibe la orden del Rey de embarcarse con sus compañías en las galeras de Juan Andrea Doria, con las cuales debería pasar a Italia. Desde allí, y siguiendo el “camino español”, tan bien descrito por el historiador Geoffrey Parker, pasaría de nuevo a Flandes, otra vez bajo el mando del Duque de Parma, Alejandro Farnesio.

Durante este segundo periodo de su servicio en Flandes, y mandando el tercio viejo de Zamora, protagonizó un hecho de armas que trascendería a toda la infantería española y que tuvo lugar entre los días 7 y 8 de diciembre de 1585. La isla de Bommel es una franja de terreno encajonada entre los ríos Waal y Mosa. Tras la terminación del sitio de Amberes, que duró 14 meses, Alejandro Farnesio envió una parte importante de sus tropas a Bommel, al mando del conde de Mansfelt, para pasar allí el invierno. A primeros de diciembre los tercios de Bobadilla, Mondragón e Íñiguez cruzaban en puente de barcas el río Mosa a la altura de Bolduque, estando los tres tercios bajo el mando único de Don Francisco Arias de Bobadilla.  Por tanto, en estas fechas, Don Francisco se hallaba con sus tres tercios en la isla de Bommel, rodeado por una escuadra holandesa al mando del conde de Holak, Felipe de Hohenloe-Neuenstein que había ordenado inundar la zona para coger de impreviso a los tercios, lo que así fue. Los tercios apenas tuvieron tiempo para desplegarse ordenadamente.  Con pocos alimentos y faltos de ropa seca, la situación de los tercios era desesperada.  Conocedor de su precariedad, el almirante holandés les intimó la rendición ofreciéndoles condiciones muy honrosas que salvaran su dignidad. No obstante, la contestación fue que la infantería española no se rendía y que podrían hablar de rendición después de muertos.  Ante esta respuesta el conde de Holak mandó los más de cien barcos que había reunido contra los españoles para cañonearlos y hostigarlos con armas de fuego antes del asalto final. Los tercios que mandaba don Francisco no tuvieron otra alternativa que retirarse al punto más alto de la isla, el monte de Empel, donde los infantes llegaron mojados y hambrientos.  Para defenderse de los ataques holandeses los tercios se pusieron a cavar trincheras para prevenirse del frío y del fuego enemigo, A estas alturas, Bobadilla ya había pedido una petición de refuerzos a Mansfelt;  sin embargo ello no llegó suceder porque los barcos del tercio de don Juan del Águila, encargado de aliviar el asedio, serían incendiados por los flamencos. Mientras, los soldados de los tercios seguían cavando trincheras.  Y estando en esta labor, un soldado que abría una zanja en las proximidades de la ermita de Empel descubrió, enterrada, una tabla con la imagen de la Inmaculada Concepción. La noticia se extendió por las posiciones españolas,  que improvisaron una procesión, situando la tabla hallada en una de las paredes de la ermita, rodeada de los estandartes y banderas de los tercios.    Este suceso elevó la moral de las tropas españolas y les animó a resistir. El mismo día 7 se produjo otro intento por parte de Holak intimando la rendición, cuya respuesta debió ser parecida a la contestación habida después de la primera intimación.  Durante la noche, un viento helado congeló las aguas del río y, al amanecer del día 8 de diciembre el maestre de campo español animó a sus tropas a atacar a los holandeses caminando sobre las heladas aguas del río. Por su parte, los holandeses decidieron replegarse ante el riesgo de que sus barcos quedaran aprisionados en el hielo. Ante esta vuelco en la situación  el conde de Holak, abatido por este golpe de fortuna no pudo sino exclamar que:  -Tal parece que Dios es español puesto que ha obrado tan gran milagro-.  Otras fuentes conceden esta reflexión a los rebeldes que huían en sus barcos y se cruzaban con los españoles, a los que hacían partícipes de esta consideración.  A partir de este momento comenzaron a llegar embarcaciones proporcionadas por los ciudadanos de Bolduque que llevaron a las tropas españolas a lugar seguro.  El día 10 de diciembre estaban todos los tercios sanos y salvos en Bolduque y aunque los bolduqueses se volcaron en asistir a los heridos, algunos soldados fallecieron y otros sufrieron amputaciones de miembros afectados por la congelación. En esos momentos debió llegar Alejandro Farnesio a Herentals, y antes de regresar a Bruselas escribió una carta a Bobadilla, que no a Mansfelt, felicitándole por “haberse gobernado con la prudencia, valor y destreza que se espera en esa parte”. Es destacable que no haya ninguna mención a Mansfelt, lo que podría significar una crítica implícita.  Ese mismo día, a la vista de estos hechos, la Inmaculada Concepción fue adoptada como patrona de los tercios de Flandes, y más tarde también de Italia, patronazgo que se consolidaría años después con su extensión a toda la infantería española cuando en 1632, durante el reinado de Felipe IV, y seguramente bajo la influencia de los hechos de Empel, se ordenó que todas las banderas de los tercios de infantería mostraran por una cara una imagen de la virgen sobre fondo rojo y manteniéndose en la otra la tradicional cruz de Borgoña . Trescientos años después, Pío IX proclamó la bula  “ineffabilis Deus”  (8 diciembre 1854) que elevaba a dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Más tarde, en 1892, de forma oficial, la reina regente María Cristina declaró patrona del arma de infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción. Según el Servicio Histórico Militar de los Países Bajos lo sucedido fue una “desafortunada concurrencia de circunstancias insólitas”.  La capilla de Empel resultó destruida durante la Segunda Guerra Mundial y aunque posteriormente se reconstruyó, de la tabla encontrada no se tiene noticia. 

Cuadro del milagro de Empel, imagen tomada de la web oficial de Augusto Ferrer-Dalmau:

Grabado de la batalla de Empel por Hans Hogenberg (tomado de este articulo de ABC: https://www.abc.es/historia/milagro-presa-bommel-solitario-tercio-espanol-arraso-20230607145115-nt.html) 

Grabado de la Batalla de Empel, por Frans Hogenberg

Un par de años después, cuando en 1587 se consideraba la oportunidad de un asalto a Inglaterra para deponer a la reina Isabel, cuyo gobierno, aliado con los holandeses, y con la intervención de sus corsarios, suponía una gravosa carga para la actividad de los españoles en Flandes, Felipe II formó una gran escuadra de 130 barcos que debería quedar bajo el mando del Marqués de Santa Cruz. A la vista de los óptimos resultados obtenidos en la jornada de las Azores, y teniendo en cuenta que se trataba, como en aquella, de una operación combinada por mar y tierra, decidió destinar a D. Francisco para el Consejo de la Armada, “cerca de la persona” del Almirante. 

ACP (PU C-7d):  Real cédula de Felipe II comunicando al Marqués de Santa Cruz que en atención a los servicios prestados por el maestre de campo D. Francisco de Bobadilla, así como por su mucha pericia, y por el provecho que puede reportar en la Armada de su cargo, le ha destinado, “cerca de su persona” con sueldo de 200 escudos al mes (Lisboa, 1 diciembre 1587)

Isabel, enterada por sus espías de los preparativos que hacían los españoles, envió una expedición a Cádiz, donde se construían barcos para la Armada española. Fue la conocida como “Expedición de Drake” de 1587, que obtuvo un éxito completo consiguiendo destruir o capturar hasta 100 buques españoles. Esto retrasó considerablemente la formación de la flota dando, además, tiempo a los ingleses para preparar su defensa. 

Muerto el Marqués de Santa Cruz antes de la partida de la escuadra, fue sustituido por el Duque de Medina Sidonia, de cuya relación con D. Francisco nos informa el DBE: 

“A pesar de la sospecha del Duque acerca de que el Rey hubiese colocado a Bobadilla en ese puesto para supervisar e informar sobre sus maniobras (y a pesar del profundo escepticismo que sentía Bobadilla con respecto a las posibilidades de éxito de la expedición) entre ambos militares creció un sentimiento mutuo de profundo respeto. Bobadilla fue fiel a Medina Sidonia, quien escribió en su diario que en lo tocante a pelear se arrimó siempre al parecer de Don Francisco por su mucha experiencia en mar y en tierra. Bobadilla desempeñó su papel a conciencia y con el brío habitual”.  

Recordemos ahora cual era el proyecto que Felipe II había impuesto a la Armada, porque explica suficientemente ese escepticismo que ambos hombres sentían por el resultado de esta jornada.  El destino de la Armada era dirigirse en primer lugar a la costa de Flandes para recoger allí el ejército que el Duque de Parma debería haber formado, y con el cual estaba prevista la invasión de Inglaterra. Y a su gobernador de Flandes le comunicaba en esta cédula el destino de Bobadilla en la Armada:

ACP (PU 10-11b):  Real cédula de Felipe II a Alejandro Farnesio, Duque de Parma, comunicándole que ha destinado a D. Francisco Arias de Bobadilla a la Armada donde va sirviéndole, con sueldo de 200 escudos al mes (San Lorenzo, 12 julio 1588)

Ya sabemos el resultado de la expedición y las pérdidas en barcos y hombres que supuso la aventura.  A la altura de la costa irlandesa, D. Francisco escribió un informe para Juan de Idiáquez, miembro de los Consejos de Estado y Guerra y de la Junta de Noche, que indicaba las razones del fracaso de la Armada: “Hallamos al enemigo con muchos bajeles de ventaja, mejores que los nuestros para pelear, ansí en la traza de ellos como de artillería, artilleros y marineros, de manera que los gobernaban y hacían lo que querían…”.   Exponía además cómo los barcos carecían de suficientes balas de cañón y la pólvora necesaria para hacer frente al enemigo. Sin embargo, aclaraba que si Parma se hubiera unido a la flota cuando esta llegó al estrecho de Calais “se hiciera la jornada” aunque por otra parte admitía que unirse con el Duque en un lugar con corrientes cruzadas tan fuertes y con una costa tan peligrosa y traicionera, hubiera sido extremadamente difícil con el tipo de barcos que componían la Armada. Su conclusión era que se hubiera necesitado otro tipo de navíos. En un informe a Felipe II de 27 de septiembre exoneraba a Medina Sidonia de toda responsabilidad en la derrota haciendo hincapié en que hizo tanto como cualquier otro podría haber hecho en su lugar.

Cuando la flota atracó en Santander, Medina Sidonia confió a D. Francisco el encargo de informar al Rey sobre el desastre, a pesar de lo cual Felipe II continuó teniendo a Bobadilla en la más alta consideración como lo demuestra su posterior nombramiento de maestre de campo general del ejército de veinte mil hombres que, al mando de Alonso de Vargas, miembro del Consejo de Guerra, debía invadir el reino de Aragón para sofocar las alteraciones que se habían producido por la huida de Antonio Pérez a ese reino.  Éste, que había estado preso por orden de Felipe II, que sospechaba de su intervención malintencionada, y de la manipulación de la voluntad real, en el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de D. Juan de Austria, había conseguido huir a Aragón acogiéndose a la protección del fuero aragonés. Requeridas las autoridades de aquel reino para entregar a Pérez, se negaron a entregarlo a la Inquisición, como el Rey les pedía y, ante esta situación, el Rey decidió armar un ejército que hiciera efectiva la entrega y resolviera de paso algunos problemas pendientes con el reino aragonés, que aprovechaba cualquier ocasión para acogerse a sus fueros y contrariar la buena marcha de la administración real en aquel reino

Hay que decir que, significativamente, su nombramiento de maestre de campo general se libró cuatro días antes que el de Alonso de Vargas, Capitán General, y que Bobadilla insistiría posteriormente en que él mismo había recomendado a Felipe II que pusiera a Vargas al mando de la operación.

ACP (PU C-8a):  Real provisión de Felipe II nombrando a D. Francisco de Bobadilla maestre de campo general del ejército que se junta para entrar en Aragón. (San Lorenzo, 10 agosto 1591)

Durante el tiempo que duró la campaña de Aragón, Bobadilla trabajó estrechamente con el Conde de Chinchón, principal consejero de Felipe II en los asuntos referentes a este reino.  El Archivo conserva numerosos oficios remitidos por D. Francisco al Conde de Chinchón sobre diferentes aspectos de la campaña como el mantenimiento de la disciplina en el ejército, la reforma del palacio de la Aljafería en Zaragoza, la construcción de la ciudadela de Jaca, el desarme de los moriscos, la captura de los cabecillas de la rebelión, y otras muchas cuestiones. Estos oficios van seguidos, como apostillas marginales, de las contestaciones del Conde de Chinchón, y nos ilustran en gran manera de la forma en que se llevó esta guerra. También sostuvo correspondencia frecuente con los secretarios de Guerra, Juan Delgado y Andrés de Prada, sobre diferentes negocios de la jornada. Exponemos algunos documentos sobre ello

ACP (PU D-10a):  Carta del secretario de Guerra, Andrés de Prada, a D. Francisco de Bobadilla comunicándole la aprobación por el Rey de la traza del palacio de la Aljafería, el envío de 87.000 ducados para hacer frente a los primeros pagos, y sobre otras cuestiones (Madrid, 28 mayo 1592)

ACP (PU D-8b): Oficio de D. Francisco de Bobadilla al Conde de Chinchón sobre los últimos sucesos acaecidos en relación con la campaña de Aragón y, en especial, sobre la captura de Martín de Lanuza y Manuel Donlope, y recuerda la conveniencia de acabar con Antonio Pérez. En la contestación, el Conde de Chinchón le comunica la última oferta de Felipe II, que es de 20.000 ducados si lo traen vivo y de 8.000 si solo traen su cabeza (Jaca, 1 marzo 1592; Madrid, 10 marzo 1592)

Además, D Francisco coordinó los arrestos de los cabecillas de la revuelta, operación que se realizó en 15 minutos, y su castigo, estando presente cuando al Justicia Juan de Lanuza se le comunicó su condena a muerte. Igualmente, tomó las medidas necesarias para mantener en paz la ciudad de Zaragoza durante las ejecuciones y, posteriormente, fue uno de los que llevó el ataúd del Justicia con todos los honores

Nos dice el Diccionario Biográfico Español que en los meses que se sucedieron tras la victoria, Bobadilla demostró un sorprendente nivel de sofisticación política como asesor del Rey y de Vargas en lo referente a los pasos a seguir para consolidar el éxito, escribiendo acerca “del deseo grande que tengo de ver con brevedad bien compuesto lo de este reino

No obstante, sus relaciones con Vargas se iban deteriorando, en parte porque D. Francisco criticaba abiertamente y con dureza la conducta de las unidades militares que no habían alcanzado el nivel de disciplina que se les exigía - había aprendido en Flandes que la oposición civil podía hacer fracasar la acción de un ejército poderoso si este actuaba de manera inadecuada -.  Sus edictos pidiendo a los ciudadanos de Zaragoza que tuviesen alguna queja contra soldados cuyo comportamiento hubiese sido ofensivo que plantearan una reclamación, le atrajo la enemiga de Vargas y de Agustín Mexía, uno de los maestres de campo que le habían acompañado en la jornada de Inglaterra.  El conde de Morata, virrey de Aragón ya había denunciado al rey “las continuas insolencias que este ejército comete aprovechando cualquier ocasión para saquear esta ciudad”. Sugería que Agustín Mexia, responsable de las tropas carecía de la autoridad suficiente y reclamaba la presencia de D. Francisco de Bobadilla a quien las tropas tienen más respeto.  El rey requirió a D. Francisco para que interviniera aplicando severas medidas lo cual, aunque supuso el restablecimiento inmediato de la disciplina, le atrajo la enemiga de Alonso de Vargas y de otros militares. Otro de los asuntos en que había opiniones encontradas entre Vargas y don Francisco se refiere a la idea de atacar Francia. Después de un intento fallido de invasión de Aragón por las tropas luteranas francesas, se puso sobre la mesa la posibilidad de castigarles atacando Francia. Vargas era muy partidario de esta solución. Por el contrario,  D. Francisco, después del conocer el alcance que se quería dar al ataque, opinaba que una operación de estas características “requería mas de cuatro meses para hacer el acopio de vituallas y municiones necesarias” cuando lo verdaderamente urgente era “acabar lo de Aragón con brevedad y atender a guarnecer Italia”. El distanciamiento entre los dos principales mandos del ejército era tan evidente que D. Francisco llegó a pedir al rey su licencia, que no se le concedió.  Bobadilla mantuvo informado de la situación en todo momento al Rey y este le respaldó siempre, aun cuando su criterio estuviese encontrado con el de Vargas, permitiéndole permanecer en Zaragoza mientras enviaba a Vargas y Mejía a Huesca y Barbastro, como si de un exilio interior se tratase. En varias cartas de agosto de ese año Bobadilla informaba al Rey y al Consejo de Guerra que Vargas no cumplía las órdenes recibidas. La respuesta  de Felipe II fue fulminante. El 27 de agosto de 1592 ordenó al Ejército de Aragón  “obedezcan por su cabeza al dicho D. Francisco de Bobadilla, y cumplan sus órdenes y no las del dicho D. Alonso de Vargas, sin réplica ni excusa alguna” En vista de esta decisión, Felipe II le manda a D. Francisco la real cédula siguiente:

ACP (PU 11-2e Real cédula de Felipe II a D. Francisco de Bobadilla mandándole que vaya a residir a Zaragoza para hacerse cargo del mando de la gente de guerra que allí hay (Burgos, 28 septiembre 1592)

En consonancia con las recomendaciones de Bobadilla al Rey pidiendo que la paz se consolidase y que a la victoria siguiese la reconciliación, Felipe II convocó Cortes de la Corona de Aragón en Tarazona. En relación con estas Cortes, que apaciguaron definitivamente los pleitos pendientes entre el Reino y la Corona, el Archivo conserva varios documentos que demuestran el papel principal que en esta ocasión correspondió a D. Francisco 

ACP (PU 11-5g): Carta del Conde de Chinchón a D. Francisco de Bobadilla pidiéndole informes sobre lugares de alojamiento cerca de Tarazona y apurándole para que ponga en ejecución las fortificaciones dispuestas por el Rey, en especial la ciudadela de Jaca (Madrid, 27 abril 1592)

Hay que tener en cuenta que uno de los problemas añadidos de esta campaña era la proximidad del escenario de operaciones con la frontera francesa, nación con la que se estaba en guerra por la sucesión del fallecido Enrique III y la pretensión de Enrique de Borbón, cabecilla de los hugonotes, de alzarse con la Corona de ese reino. Para reforzar la frontera, el Rey mandó a D. Francisco construir una fortaleza en la ciudad de Jaca para acoger un contingente de tropas que lograra la impermeabilidad de la frontera. Y en Jaca estaba D. Francisco cuando el rey le mandó desplazarse a Zaragoza para hacerse cargo del ejército

ACP (PU 11-3c):   Real cédula de Felipe II a D. Francisco de Bobadilla encargándole que siga las instrucciones que le dará el Conde de Chinchón sobre la forma de proceder a propósito de las Cortes de Tarazona (Logroño, 6 noviembre 1592)

Apaciguado el reino después de la finalización de las Cortes, aún tuvo que atender otros asuntos pendientes como la terminación de las obras de la Aljafería y Jaca, el desarme de los moriscos, que eran numerosos en el reino de Aragón y, finalmente, organizar el repliegue del ejército, que se trasladó a Italia

ACP (PU D-12c): Oficio de D. Francisco de Bobadilla al Conde de Chinchón dándole cuenta de la entrada en Zaragoza del nuevo arzobispo, la terminación de las obras de la Aljafería y el desarme de los moriscos (Zaragoza, 4 mayo 1593)

Según Manuel Gracia Rivas en su monografía sobre “La invasión de Aragón en 1591”, del desarrollo de lo sucedido durante estas llamadas “Alteraciones de Aragón” podemos extraer las siguientes conclusiones: 

  • En primer lugar, la habilidad, profesionalidad y experiencia, militar y política, de D. Francisco, muy apreciada y valorada por el Rey cuya estima le antepuso finalmente sobre la posición de Alonso de Vargas
  • Su destreza como negociador, tanto durante el avance del ejército, cuando tuvo que hacer frente a la negativa de Tudela a permitir que se alojasen soldados en la ciudad y sus inmediaciones, como en Zaragoza cuando la decisión de fortalecer la Aljafería se encontró con la enemiga de las instituciones aragonesas. Bobadilla les convenció que el fuerte era necesario para guardar la munición que el rey tenía en Zaragoza y les convenció de que las obras de la Aljafería no tenían una finalidad ofensiva sino defensiva.
  • Su integridad moral, que se expresa en su preocupación por el bienestar de los militares, y su adecuada retribución, así como su empeño en proteger a los ciudadanos de los desmanes de la soldadesca.
  • Su firmeza en el cumplimiento de su deber, incluso tomando decisiones duras, pero que no estaban en contradicción con la flexibilidad y compasión que mostraba

Aunque regresó por un tiempo a los Países Bajos, en 1596 le vemos de nuevo en la península defendiendo Lisboa del ataque inglés. Y poco después, el Rey le nombra Asistente de Sevilla, según nos cuenta Luis Cabrera de Córdoba en su “Historia de Felipe II” “para que dispusiese y disciplinase su milicia”, aunque sus cometidos como Asistente iban mucho más allá de las competencias militares pues el asistente era la cabeza de la administración municipal y de la tierra que quedaba dentro de su jurisdicción. En Sevilla no había corregidores, y por ello el Asistente era el representante del Rey en el distrito. Su rastro en la historia de Sevilla debió ser memorable por lo que luego diremos

ACP (PU D-16c): Real provisión de Felipe II por la que se nombra al Conde de Puñonrostro Asistente de Sevilla (Madrid, 12 de febrero de 1597)

La recepción del Asistente por el cabildo tuvo lugar el 24 de marzo de 1597 y su mandato se extendió hasta los primeros meses de 1599 en que el Rey hizo provisión del cargo a Diego Pimentel. El último de los cabildos que el Conde presidió tuvo lugar el 6 de septiembre de 1598. Las competencias del Conde se extendían no solo, como va dicho, a la dotación y disciplina de la milicia, sino además al mantenimiento del orden público, la salubridad e higiene públicas, comprometidas en estos años por la aparición de brotes de peste; el abastecimiento de alimentos a la población, especialmente de trigo y carnes, y la represión de los regatones, que vendían al   pormenor y a precios elevados lo que compraban al por mayor; la fortificación y defensa de la ciudad, muy escarmentada por el saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596; el cumplimiento de las provisiones y cédulas reales de carácter general; el nombramiento de oficiales del cabildo; la recaudación de impuestos; y otros muchos cometidos.  

El Conde ejerció su cargo con la dedicación y el rigor que le eran propios, a pesar de los enfrentamientos que por ello tuvo con la Audiencia y otras instituciones. Y de todo ello nos han quedado numerosos testimonios, incluso literarios. Cervantes, que por aquellas fechas estaba en Sevilla, nos habla en la “Ilustre fregona” del respeto que el Conde imponía a los que pretendían actuar al margen de la ley. Al entrar en Illescas, los protagonistas, Carriazo y Avendaño, sorprenden la conversación de dos mozos de mulas, al parecer andaluces. De ellos, uno venía de Sevilla y el otro iba a ella.  El que iba estaba diciendo al otro

“…porque me has maravillado mucho con lo que has contado de que el Conde ha ahorcado a Alonso Genís y a Ribera, sin querer otorgarles la apelación.  – Oh pecador de mí  -replicó el sevillano-  Armóles el Conde la zancadilla y cogiólos debajo de su jurisdicción, que eran soldados, y por contrabando se aprovechó de ellos, sin que la Audiencia se los pudiese quitar. Sábete, amigo, que tiene un Belcebú en el cuerpo este Conde de Puñonrostro, que nos mete los dedos de su puño en el alma: barrida está Sevilla y diez leguas a la redonda de jácaros; no para ladrón en sus contornos: todos le temen como al fuego; aunque ya se suena que dejará presto el cargo de asistente, porque no tiene condición para verse a cada paso en dimes y diretes con los señores de la Audiencia”

Este testimonio nos puede dar una idea de hasta donde pudo llegar la fama del Conde. Y apenas había pasado un año desde que Puñonrostro tomó posesión de asistente cuando la ciudad reconocía sus méritos y uno de sus veinticuatros proponía que, en memoria de la obligación que se le debía, se le diese una veinticuatría, que era el equivalente a una concejalía perpetua de la época.

Sin duda, el Conde debió dejar una huella indeleble en la memoria de sus contemporáneos, y entre ellos Cervantes, que, admirado del carácter de Puñonrostro, guardaría su imagen y buenas cualidades para desarrollarlas en trabajos posteriores.

Así, en 1903, José María Sbarbi, musicólogo, paremiólogo, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, candidato en varias ocasiones a la Española, y una de las personalidades más relevantes de las humanidades en nuestro país a lo largo del siglo XIX publicó un ensayo con el título de “In illo tempore” donde se exponen un conjunto de teorías y bosquejos históricos de los que ahora extraeremos los datos más interesantes. Después de decirnos Sbarbi que el manco de Lepanto echó el resto en el cuadro colosal de Don Quijote, a propósito de una manía: la manía de la justicia, “manía tanto más meritoria cuanto más trascendental, rara y comprometida: manía, en suma, que se apoderó en los últimos años del siglo XVI del celebérrimo  asistente de Sevilla, Don Francisco Arias de Bobadilla, cuarto conde de Puñonrostro, personaje esclarecido que, en mi concepto, hubo de servir de modelo a Cervantes, en lo respectivo a la parte sana y seria, para bosquejar la gran figura de su invicto héroe manchego, a tenor de lo que creo dejar suficientemente comprobado en las páginas del presente In illo tempore”  También nos dice que no se puede menos de alabar a la divina Providencia que de cuando en cuando suscita tales héroes, de deplorar que sean estos tan escasos en número, y de abominar de tanto y tanto merecedor de la cruz patibularia. 

Después de hacer constar que Sevilla era a finales del siglo XVI la ciudad de la confusión y el mal gobierno donde eran comunes los abusos y tropelías de todo género por todas las clases sociales indistintamente, nos explica que en este caldo de cultivo “sonó en el reloj de la divina Providencia el año 1597, en cuyo día 24 de marzo tomó posesión de la Asistencia de Sevilla el señor D. Francisco Arias de Bobadilla, cuarto conde de Puñonrostro, español rancio, varón esforzado, caballero a carta cabal, modelo cumplido de honradez, defensor acérrimo de la justicia y, en conclusión, por sus pensamientos rectos, levantados e independientes” (de muy pocos comprendidos y de muchos menos secundados), merecedor de que su noble y … ¿por qué no decirlo? su triste figura causara honda impresión en el cerebro de algún grande ingenio que, siquiera metamorfoseado, lo presentara a las generaciones venideras como el tipo más acabado, aún cuando utópico, del verdadero hombre de gobierno. 

La pista seguida por Sbarbi y que despertó en su mente la idea de poder ser Puñonrostro el prototipo de Don Quijote partió de un manuscrito publicado en 1873 por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces que lleva por título “Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604”, de Francisco Ariño,  y como bien expresa nuestro autor “El hombre que para hacer que prevalezcan los fueros de la justicia al desempeñar el comprometido cargo de Asistente de Sevilla, tiene que pelear contra potencias tan terribles como a la sazón lo eran la Audiencia, la Inquisición y el Arzobispo, en las altas esferas, y, en las bajas, contra un pueblo soez y desalmado, en no chica parte compuesto de bandidos y cuyas espaldas estaban cubiertas por quienes no debieran… ese hombre , repito, era el que embestía con verdaderos molinos de viento, con leones desenjaulados, con barcos encantados etc., etc.”

Con el fin de comprobar su tesis, Sbarbi saca del texto de Ariño aquellos sucesos que guardan relación más o menos directa con su propósito declarado para carearlos con idénticas o parecidas aventuras acaecidas al héroe manchego, aprovechando de paso algunas noticias sueltas y tal cual presunción suya.

Hacemos un extracto de algunos hechos sacados de la Relación de Sucesos que nos pueden ilustrar.  En una  ocasión en que el Conde paseaba por la plazuela del Cardenal, prendió a un criado que el arzobispo había enviado a un pastelero para recoger dos huevos, género que no se hallaba en toda Sevilla, y por los que había pagado 16 maravedís, siendo así que el Conde los había tasado a 5 maravedís. Como éste había mandado llamar al verdugo para que llevase azotando al pastelero, y enterado el Cardenal del suceso, le pidió clemencia para el pastelero, por ser los huevos para él. Puñonrostro le perdonó los azotes pero, a cambio, le obligó al prelado a que diese 50 ducados para los pobres de la cárcel.  A continuación de este suceso se inserta un romance sin título ni nombre de autor, pero que según Sbarbi huele a la legua a pluma cervantina. Como el romance es muy largo, solo incluyo aquí dos estrofas

 

¡Bien haya el de Puñonrostro,

que solo a puñadas quiebra

tanto regatón de lanza!   

al fin, como hombre de guerra

 

Bien puede el Conde alabarse,

que, a gente de peso y pesas

que a las barbas se venían

ya de sus pisadas tiemblan

En otro suceso, el de María de la O, del que el Archivo guarda documentación, el Conde había condenado a esta mujer de vida airada a pasear por las calles de Sevilla en un pollino mientras recibía azotes, pero la Audiencia se le adelantó y la metió en sus prisiones para ahorrarle la pena. Ni corto ni perezoso, el Conde se hizo abrir la reja de la cárcel y se llevó a la susodicha a la que aplicó la pena correspondiente. Ante las quejas de la Audiencia, el Consejo respaldó la actuación del Conde de Puñonrostro pero le pide que sea discreto y no suscite polémicas.  De estos sucesos se publicaron varias tandas de coplas

El Audiencia y Asistente

arman grandes divisiones

por mínimas ocasiones, 

de que mormura la gente

viendo las rebeliones 

 

Una pobre mujercilla

los alborotos causó

de la cuestión y rencilla;

pero, al fin, se paseó

por las calles de Sevilla

Y termina:

De gozo a los pies me postro

de quien a ti te azotó, 

pues tan buen pago te dio

el Conde de Puñonrostro, 

que tu maldad castigó

 

Y sacamos otras dos estrofas de otras coplas relacionadas con el mismo suceso

…Pues cuando estaba Sevilla

vencida de regatones 

y de abusos, que es mancilla, 

el famoso Bobadilla

se ha opuesto a sus sinrazones

 

Porque aquella edad dorada

que tan breve volvió el rostro, 

de discretos tan llorada,

a Sevilla sea tornada

del insigne Puñonrostro   

Concluye Sbarbi que el móvil de Cervantes al escribir el Quijote es la siguiente o parecida tesis:  “que mientras haya en el mundo gobernantes, administradores de la justicia u otros que, so capa de favorecedores, sean opresores de la humanidad, no se eximirá la sociedad de ser un presidio suelto, y que solo el día en que llegaran a ser muchos los Quijotes, esto es, los hombres de corazón, de fe, de rectitud, de justicia, en suma, de buena voluntad, es cuando podrían ser enderezados tantos entuertos como la afligen, corroen y aniquilan, pues mientras que solo aparezca de vez en cuando un quijote aislado (Cual ocurrió en su tiempo con el meritísimo cuarto Conde de Puñonrostro) ese quijote tendrá que resultar forzosamente derrotado por la turba inmensa de los follones y malandrines de toda laya que, por desgracia se hallan en mayoría, dado que no es de ayer el cantar que dice

Vinieron los sarracenos

y nos molieron a palos

que suelen vencer los malos

cuando son más que los buenos  

Pero sigamos: 

Muerto Felipe II y acabado el tiempo de su asistencia en Sevilla, el Conde se ganó enseguida la confianza de Felipe III ya que apenas unas semanas después del acceso al trono del nuevo monarca se le nombra consejero de Guerra, desempeñando su cargo con celo y rectitud; aunque todavía en algunas ocasiones le encomendaron tareas lejos de Madrid, como cuando en 1601 organizó la defensa de la frontera norte contra los franceses o, en 1603, que fue enviado de nuevo a Sevilla para poner en pie la milicia contra la amenaza del ataque inglés y holandés.

Murió el 21 de enero de 1610 dejando un hijo de once años al que se le concedió el mando honorífico de una compañía de armas para honrar su casa, porque su padre la había dejado “muy necesitada”.

Referencias Bibliográficas